jueves, 31 de octubre de 2013

Trailer FINAL de Los Juegos del Hambre: En Llamas

SÍSÍSÍSÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!!!!! El trailer finaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaal ^^
Me vuelve locaaaaaa, y llega la sexta taquicardia... Jajajajajaja ^^ De verdad, las escenas de la arena... AAAAAAAA. Pobrets, pero es que me encanta ^^

Os lo dejo con muchísimooooo gusto, y me contáis que os parece, que os gusta más...




Os ha encantado TANTÍSIMO COMO A MÍ?¿??¿?¿? ;))

domingo, 27 de octubre de 2013

Capítulo 12: Una divergente en llamas y con runas

Holiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!! Bueno, se ha hecho de rogar, pero como prometí, el capítulo 12 está listo hoy ;)) Espero que os guste, y aunque mucha gente (bueno, toda) sepa que pasa, adoro el final ^^

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))


Capítulo 12: Mi chico amoroso

Menos mal que tomé la precaución de agarrarme con el cinturón, porque he rodado de lado sobre las ramas y ahora estoy mirando al suelo, sujeta por el cinturón y una mano, y con los pies a horcajadas sobre la mochila, dentro del saco de dormir, abrazada al tronco. Tengo que haber hecho algún ruido al deslizarme, pero los profesionales estaban demasiado absortos con su discusión como para oírme.
--Venga, chico amoroso --le dice el del Distrito 2--, compruébalo tú mismo.
Veo de reojo a Peeta, iluminado por una antorcha, dirigiéndose a la chica de la hoguera. Tiene la cara amoratada, una venda ensangrentada en el brazo y, por el sonido de sus pasos, cojea un poco. Recuerdo cómo sacudió la cabeza para decirme que no fuese a por las provisiones, mientras que él planeaba meterse en la refriega desde el principio. Justo lo contrario de lo que le había dicho Haymitch.
Vale, puedo soportarlo, ver tantas cosas juntas resultaba tentador. Sin embargo, esto..., esto es distinto. Haberse aliado con esta manada de lobos profesionales para cazarnos a los demás... ¡A nadie del Distrito 12 se le habría ocurrido algo semejante! Lo mires por donde lo mires, los tributos profesionales son malvados, arrogantes y están mejor alimentados, pero sólo porque son los perritos falderos del Capitolio. Todo el mundo los odia profundamente, salvo la gente de su propio distrito. Ni me imagino lo que estarán diciendo de Peeta en casa, ¿y él tiene el valor de hablarme de vergüenza? ¿Y él quería ser el bueno? ¿él que morirá con su esencia intacta? ¿el alma más inocente de los Juegos? ¿y nuestro romance? Quiero decir, nuestro montaje… Y yo… creía que me estaba ayudando, con lo del ser su amor platónico en la entrevista. ¿Por qué lo hizo? También se comportaba de forma amable conmigo, hasta que claro, yo pegué ese portazo dejando claras mis intenciones. Y la última seña… vale, me he perdido el gong, pero he salido viva gracias a eso del baño de sangre. Yo, salir viva del baño de sangre... nunca diría eso en casa.
Pero ya no estoy en casa, y si de aquí sólo puede salir uno, debo ser yo. «Peeta, gracias por aclararme las cosas.» Aunque olvidar lo que hizo e casa no sea fácil, pero… ¡No! Prometí olvidar ese gesto y todo lo que desencadenó dentro de mí.
Está claro que lo del chico noble del tejado era otro de sus jueguecitos, y va a ser el último. Esta noche desearé que su muerte aparezca en el cielo, si no lo mato yo antes.
Los tributos profesionales guardan silencio hasta que sale de su alcance, para después hablar en voz baja.
--¿Por qué no lo matamos ya y acabamos con esto?
--Deja que se quede. ¿Qué más da? Sabe utilizar el cuchillo.
¿Ah, sí? Eso es nuevo; cuántas cosas interesantes estoy aprendiendo de mi amigo Peeta.
--Además, es nuestra mejor baza para encontrarla.
Tardo un momento en darme cuenta de que hablan de mí.
--¿Por qué? ¿Crees que la chica se ha tragado la cursilería romántica?
--Puede. Parecía bastante simplona. Cada vez que la recuerdo dando vueltas con el vestido me dan ganas de potar.
--Ojalá supiéramos cómo consiguió el once.
--Seguro que el chico amoroso lo sabe.
Se callan al oír que vuelve Peeta.
--¿Estaba muerta? --le pregunta el chico del Distrito 2.
--No, pero ahora sí --responde Peeta. En ese momento suena el cañonazo--. ¿Nos vamos?
La manada profesional sale corriendo justo cuando despunta el alba y los cantos de los pájaros llenan el aire. Me quedo en mi incómoda postura, con los músculos temblando durante un rato más, y después me coloco de nuevo sobre la rama. Necesito bajar, seguir adelante, pero, por un momento, me quedo tumbada donde estoy, digiriendo lo que he oído. La chica tontorrona a la que hay que tomarse en serio porque ha conseguido un once; porque sabe usar un arco. Eso Peeta lo sabe mejor que nadie.
Sin embargo, todavía no se lo ha dicho. ¿Está guardándose la información porque sabe que es lo que lo mantiene con vida? ¿Sigue fingiendo que me ama de cara a la audiencia? ¿Qué se le estará pasando por la cabeza?
De repente, los pájaros se callan y uno lanza una aguda llamada de advertencia. Una sola nota, como la que Gale y yo oímos cuando capturaron a la chica pelirroja. Un aerodeslizador se materializa sobre la hoguera moribunda y de él bajan unos enormes dientes metálicos. Poco a poco, con cuidado, meten a la niña muerta en el aparato. Después desaparece y los pájaros reanudan su canción.
--Muévete -olvida a Rue- ya --susurro para mis adentros. No derramaré una lágrima por nadie aquí, aunque me parezca imposible. Rue está muerta. Max sigue vivo, sólo ahí fuera, pero vivo.
Salgo como puedo del saco de dormir, lo enrollo y lo meto en la mochila. Respiro profundamente. Mientras me ocultaban la noche, el saco y las ramas de sauce, las cámaras no habrán podido obtener una buena imagen de mí, pero sé que deben de estar siguiéndome. En cuanto toque el suelo, tengo garantizado un primer plano.
La audiencia habrá estado como loca, sabiendo que estaba en el árbol, que he oído la conversación de los profesionales y que he descubierto que Peeta está con ellos. Hasta que averigüe cómo quiero utilizar la información, será mejor que actúe como si estuviese por encima de todo. Nada de perplejidad y, obviamente, nada de confusión o miedo.
No, tiene que parecer que voy un paso por delante de ellos.
Así que salgo del follaje y llego a la zona iluminada por el alba, me detengo un segundo para que las cámaras puedan captarme, inclino la cabeza ligeramente a un lado y sonrío con suficiencia. ¡Ya está! ¡A ver si descubren lo que significa!
Estoy a punto de marcharme cuando pienso en las trampas. Quizá sea imprudente comprobarlas estando los otros tan cerca, pero tengo que hacerlo. Supongo que llevo demasiados años cazando, aparte de la atracción de la comida. La recompensa es un buen conejo. En un segundo limpio y destripo el animal, dejando la cabeza, las patas, el rabo, el pellejo y las entrañas debajo de una pila de hojas. Me encantaría encender un fuego (comer conejo crudo puede darte tularemia, una lección que aprendí de la peor manera); entonces me acuerdo de Rue. Corro de vuelta a su campamento y, efectivamente, las brasas de su hoguera todavía están calientes. Corto el conejo, fabrico un espetón con ramas y lo pongo sobre las brasas.
Ahora me alegro de tener cámaras alrededor, porque quiero que los patrocinadores vean que puedo cazar, que soy una buena apuesta porque no caeré en las trampas del hambre con tanta facilidad como los demás. Mientras se asa el conejo, machaco parte de una rama quemada y me pongo a camuflar la mochila naranja. El negro la disimula un poco, aunque me parece que una capa de lodo ayudaría bastante. Por supuesto, para conseguir lodo necesito agua...
Me pongo mis cosas, cojo el espetón, echo tierra encima de las brasas y salgo en dirección opuesta a los tributos profesionales. Me como la mitad del conejo por el camino y envuelvo el resto en mi plástico para después. El estómago deja de hacerme ruido, pero la carne no ha servido para quitarme la sed. El agua es mi principal prioridad.
Mientras sigo adelante, estoy segura de que todavía salgo en las pantallas del Capitolio, así que sigo ocultando con cuidado mis emociones; sin embargo, Claudius Templesmith debe de estar pasándoselo en grande con sus comentaristas invitados, diseccionando el comportamiento de Peeta y mi reacción. ¿Qué querrá decir todo esto? ¿Ha revelado Peeta sus verdaderas intenciones? ¿Cómo afecta eso a las apuestas? ¿Perderemos patrocinadores? ¿Acaso tenemos alguno? Sí, yo creo que sí los tenemos o, al menos, los teníamos.
Está claro que Peeta ha lanzado una llave inglesa al engranaje de nuestra dinámica de amantes trágicos. ¿O no? Quizá, como no ha dicho mucho sobre mí, todavía podamos sacarle partido; quizá la gente piense que lo hemos planeado juntos, si da la impresión de que el asunto me divierte.
El sol sube en el cielo e, incluso a través de los árboles, parece demasiado brillante. Me unto los labios con la grasa del conejo e intento no jadear, aunque no sirve de nada, porque ya ha pasado un día y me deshidrato rápidamente. Intento pensar en todo lo que sé sobre la búsqueda de agua: fluye colina abajo, así que, de hecho, seguir por el valle no es mala idea. Si pudiera localizar el rastro de algún animal o alguna zona de vegetación especialmente verde, eso podría ayudarme, pero todo parece igual. Sólo están la pendiente, los pájaros y los mismos árboles.
Conforme avanza el día, sé que voy a tener problemas. La poca orina que expulso es marrón oscuro, me duele la cabeza y noto una sequedad en la lengua que se niega a humedecerse. El sol me hace daño en los ojos, así que me pongo las gafas de sol, aunque, al hacerlo, las noto raras y las vuelvo a guardar en la mochila.
De repente, avanzada la tarde, creo que he encontrado ayuda: veo un arbusto con bayas y corro a coger los frutos para chuparles el jugo. Sin embargo, justo cuando me los estoy llevando a la boca, les echo un buen vistazo: creía que eran arándanos negros, pero tienen una forma distinta y, por dentro, son rojos. No reconozco las bayas; aunque quizá sean comestibles, me parece que es un malvado truco de los Vigilantes. Incluso el instructor de plantas del Centro de Entrenamiento nos dijo que evitásemos las bayas a no ser que estuviésemos seguros al cien por cien de que no eran tóxicas. Era algo que yo ya sabía, pero tengo tanta sed que necesito recordármelo para reunir fuerzas y tirarlas.
La fatiga empieza a pesarme; no la fatiga normal después de una larga caminata, sino que tengo que detenerme y descansar frecuentemente. Sé que no encontraré cura para mi mal si no sigo buscando. Intento una táctica nueva, buscar rastros de agua, pero, por lo que veo en todas direcciones, sólo hay bosque y más bosque.
Decidida a seguir hasta la noche, camino hasta que me tropiezo yo sola.
Agotada, me subo a un árbol y me ato a él. Aunque no tengo hambre, me obligo a chupar un hueso de conejo para tener la boca entretenida. Cae la noche, tocan el himno y veo en el cielo la imagen de Rue, que, al parecer, venía del Distrito 11. La niña a la que Peeta remató.
El miedo que me inspira la manada de profesionales no es nada comparado con la sed. Además, se fueron en dirección opuesta y, en estos momentos, ellos también tendrán que descansar. Con la escasez de agua, puede que hayan vuelto al lago para repostar.
Quizás ésa sea también mi única alternativa.
La mañana sólo me trae preocupaciones. Me palpita la cabeza con cada latido del corazón. Los movimientos más simples hacen que me duelan las articulaciones como si me clavaran cuchillos. Más que bajar del árbol, me caigo de él. Tardo varios minutos en recoger las cosas y, muy dentro de mí, sé que está mal, que debería actuar con más precaución y moverme con más urgencia. Sin embargo, tengo la cabeza embotada y me cuesta seguir un plan. Me apoyo en el tronco del árbol y me acaricio con cuidado la superficie áspera de la lengua mientras evalúo mis opciones. ¿Cómo puedo conseguir agua?
Volver al lago: no, nunca lo conseguiría.
Esperar a que llueva: no hay ni una nube en el cielo.
Seguir buscando: sí, es mi única opción.
Entonces tengo otra idea, y la rabia que siento a continuación me devuelve a la realidad.
¡Haymitch! ¡Él podría enviarme agua! Podría pulsar un botón y enviármela en un paracaídas plateado en pocos minutos. Sé que tengo patrocinadores, al menos uno o dos que podrían permitirse darme medio litro de agua. Sí, cuesta dinero, pero esta gente está forrada de billetes y, además, están apostando por mí. Quizá Haymitch no se dé cuenta de cuánto la necesito.
--Agua --digo, todo lo alto que me atrevo a hablar, y espero, deseando que un paracaídas descienda del cielo. No aparece nada.
Algo va mal. ¿Me engaño al pensar que tengo patrocinadores? ¿O los he perdido por el comportamiento de Peeta? No, no lo creo. Ahí fuera hay alguien que quiere comprarme agua, pero Haymitch no se lo permite. Como mentor, él controla el flujo de regalos de los patrocinadores, y sé que me odia, me lo ha dejado claro. ¿Me odiará lo suficiente para dejarme morir? ¿Así? No puede hacerlo, ¿no? Si un mentor no trata bien a sus tributos, será responsable frente a los telespectadores, frente a la gente del Distrito 12. Ni siquiera Haymitch se arriesgaría a eso, ¿no? Que digan lo que quieran de mis socios comerciantes del Quemador, pero no creo que le permitiesen volver a entrar allí si me deja morir de este modo. ¿De dónde iba a sacar entonces su alcohol? Por tanto, ¿de qué va esto? ¿Intenta hacerme sufrir por haberlo desafiado? ¿Está dirigiendo los regalos a Peeta? ¿Está demasiado borracho para darse cuenta de lo que está pasando? Por algún motivo, no lo creo, y tampoco creo que esté intentando matarme. De hecho, a su manera, ha intentado de verdad prepararme para esto. Entonces, ¿qué?
Me tapo la cara con las manos. No corro el peligro de llorar, no podría producir ni una lágrima aunque me fuese la vida en ello. ¿Qué está haciendo Haymitch? A pesar de la rabia, el odio y la suspicacia, una vocecita dentro de mi cabeza me susurra una respuesta: «Quizá te esté enviando un mensaje». ¿Un mensaje para decirme qué? Entonces lo entiendo; Haymitch sólo tendría una buena razón para no darme agua: saber que estoy a punto de encontrarla.
Aprieto los dientes y me levanto. La mochila parece pesar el triple de lo normal. Cojo una rama rota que me sirva de bastón y me pongo en marcha. El sol cae a plomo, es aún más abrasador que en los dos primeros días, y me siento como un trozo de cuero secándose y agrietándose con el calor. Cada paso me supone un gran esfuerzo, pero me niego a parar, me niego a sentarme. Si me siento, es muy probable que no vuelva a levantarme, que ni siquiera recuerde cuál es mi objetivo.
¡Soy una presa muy fácil! Cualquier tributo, incluso el pequeño Max, podría acabar conmigo ahora mismo; sólo tendría que empujarme y matarme con mi propio cuchillo, y a mí no me quedarían fuerzas para resistirme. Sin embargo, (no creo que Max pueda hacer algo así) si hay alguien más en esta parte del bosque, no me hace caso. Lo cierto es que me siento a millones de kilómetros del resto de la humanidad.
En cualquier caso, no estoy sola, no, seguro que me sigue una cámara. Pienso en los años que pasé viendo cómo los tributos se morían de hambre, congelados, desangrados o deshidratados. A no ser que haya una buena pelea en alguna parte, debo de ser la protagonista.
Me acuerdo de Prim; es probable que no me esté viendo en directo, pero echarán las últimas noticias en el colegio durante el descanso para comer, así que intento no parecer tan desesperada, por ella.
Sin embargo, cuando cae la tarde, sé que se acerca el final. Me tiemblan las piernas y el corazón me va demasiado deprisa. Se me olvida continuamente qué estoy haciendo. Me tropiezo una y otra vez, y, aunque consigo levantarme, cuando por fin se me cae el bastón, me derrumbo por última vez y no me levanto más. Dejo que se me cierren los ojos.
He juzgado mal a Haymitch: no tenía ninguna intención de ayudarme.
«No pasa nada --pienso--. Aquí no se está tan mal.»
El aire es menos caluroso, lo que significa que se acerca la noche. Hay un suave aroma a dulce que me recuerda a los nenúfares. Acaricio la suave tierra y deslizo las manos fácilmente sobre ella.
«Es un buen lugar para morir.»
Dibujo remolinos en la tierra fresca y resbaladiza. «Me encanta el barro», pienso. ¿Cuántas veces he podido seguirle la pista a una presa gracias a esta superficie suave y fácil de leer? También es bueno para las picaduras de abeja. Barro. Barro. ¡Barro! Abro los ojos de golpe y hundo los dedos en la tierra. ¡Es barro! Levanto la nariz y huelo: ¡son nenúfares! ¡Plantas acuáticas!
Empiezo a arrastrarme sobre el lodo, avanzando hacia el aroma. A unos cinco metros de donde había caído atravieso una maraña de plantas que dan a un estanque. En la superficie flotan unas flores amarillas, mis preciosos nenúfares.
Resisto la tentación de meter la cara en el agua y tragar toda la que pueda, porque me queda la suficiente sensatez para no hacerlo. Con manos temblorosas saco la botella, la lleno de agua y añado el número correcto de gotas de yodo para purificarla. La media hora de espera es una agonía, pero la aguanto. Al menos, creo que ha pasado media hora, aunque, sin duda, es lo máximo que puedo soportar.
«Ahora, poco a poco», me digo. Doy un trago y me obligo a esperar. Después otro. A lo largo de las dos horas siguientes me bebo los dos litros enteros. Después otra botella. Me preparo otra antes de retirarme a un árbol, donde sigo sorbiendo, comiendo conejo e incluso me permito gastar una de mis preciadas galletas saladas. Cuando suena el himno, me siendo mucho mejor. Esta noche no sale ninguna cara en el cielo, hoy no han muerto tributos. Mañana me quedaré aquí, descansando, camuflaré mi mochila con lodo, pescaré algunos de los pececillos que he visto mientras bebía y desenterraré las raíces de los nenúfares para prepararme una buena comida. Me acurruco en el saco de dormir y me agarro a la botella de agua como si me fuera la vida en ello, ya que, de hecho, así es.
Unas cuantas horas después me despierta una estampida. Miro a mi alrededor, desconcertada. Todavía no ha amanecido, pero mis maltrechos ojos lo ven; sería difícil pasar por alto la pared de fuego que desciende sobre mí.

viernes, 25 de octubre de 2013

Secuela de Cazadores de sombras; sí se rueda la película!!!!!!!!!!!!!!!

Graciaaaaaas!!!!!!!!!!!! Creo que los rezos de todos y cada uno de los fans han hecho efecto, y finalmente SÍ se rodara la segunda entrega de Cazadores de Sombras; Cazadores de sombras: Ciudad de Ceniza. Espero 2014 muy entusiasmada, con DIVERGENTE y Cazadores de sombras...

Aquí el artículo de Sensacine:


'Cazadores de sombras: Ciudad de ceniza' empezará a rodarse en 2014

Constantin Film continúa con la adaptación de la saga de Cassandra Clare a pesar de la débil recaudación de la primera parte con Lily Collins y Jamie Campbell Bower.

Después de aplazar el rodaje indefinidamente, Constantin Film acaba de hacer público que Cazadores de sombras: Ciudad de ceniza, segunda entrega de la saga creada por Cassandra Clare, empezará a grabarse en 2014. ACiudad de hueso no le fue demasiado bien en taquilla -80 millones de dólares recaudados en todo el mundo tras una inversión de 120 millones entre presupuesto y marketing-, pero el jefe de Constantin Martin Moszkowicz está decidido a continuar con la franquicia.



"La respuesta de los fans, entre los blogs y los miles de correos que hemos recibido, nos han animado a seguir con Cazadores de sombras", explica Moszkowicz a The Hollywood Reporter. "Ha sido enormemente positiva, en comparación con otros títulos para jóvenes adultos". Moszkowicz asegura que la recaudación de Ciudad de hueso se acerca ahora a los 100 millones, si bien también confiesa que desde Constantin esperaban más de la cinta. "Estamos analizando lo que hicimos mal con la primera película, especialmente con el marketing, y los cambios que deberíamos hacer". Uno de los fallos señalados por el productor es que la publicidad se centró en exceso en adolescentes, desechando a los lectores de entre 20 y 30 años de Cassandra Clare. "La edad de los lectores de Cazadores de sombras es un poco más alta de lo que se piensa. Y eso ha sido quizá uno de los problemas".

Que clase de cambios pueda haber en Cazadores de sombras: Ciudad de ceniza todavía es una incógnita. Sin embargo, parece que Constantin también mirará con lupa el largometraje de Harald Zwart para ver si el guion o incluso el 'casting' también necesitan cambios. Lily Collins (Love, Rosie) y Jamie Campbell Bower (Overdrive) interpretan a Clary Fray y Jace Wayland, respectivamente. Sigourney Weaver fue contratada para encarnar a Imogen Herondale, mientras que el futuro de Cazadores de sombras: Ciudad de cristal y el 'spin-off' precuela Ángel mecánico dependerá en gran medida de la repercusión que tenga la segunda parte.

Capítulo 19: En mi mente de hielo agrietado

Hola hola chic@s !!!!!! Estoy especialmente feliz por el arranque de mi nuevo blog, La Katniss real o no real, con el primer capítulo publicado ya  ^^. Aahh... mala noticia. El capítulo de esta semana de Una divergente en llamas y con runas tendrá que esperar al domingo 27, porque voy justita de tiempo y capítulos, pero juro que dentro de dos días está listo.
Bueno bueno, os dejo ya con el capítulo, que sino me enrollo como las persianas... ;))

QUE OS GUSTE, DE VUESTRA ESCRITORA ;))


Capítulo 19

Finalmente se separan, quejándose por no tener su agradable y adictivo contacto. Pero Dave no es Erik. Erik, él está encerrado en una aburrida clase y yo aquí, con otro chico. Bueno, solo es un amigo, me gusta su, su todo, pero es solo un amigo, bastante reciente la verdad. Sus deliciosos ojos miran fijos los míos, y apartan su mirada cuando los míos los conectan; es bastante tímido. Yo también aparto la mirada y fijo mi atención en Emily, que está intentado ver algo a través del suave y tupido pelo del gato. Me acerco para ayudarla aunque no creo que le sirva para nada.
- Lo encontré esta mañana y pensé que, quizás, podrías hacer algo por su pata –ella arquea sus cejas y se lanza a mirar la llamada pata-. No tengo a nadie más, de verdad –digo susurrando suplicante. Ella mira al gatito y su expresión vuelve a ser la afable de siempre.
– Haré lo que pueda –la miro un poco alarmada; eso se le dice a la gente cuando no hay nada que se pueda hacer-. Tranquila, parece bastante básico.
– Gracias –digo soltando un suspiro. Me acuerdo de Dave y me giro- Entonces ¿Dónde queda el grupo? –le digo mientras camino hacia él.
– Pues… -parece un poco desconcentrado- Sala 104 –contesta por fin sonriente-. Se reúnen por las tardes y, creo que, básicamente hacen lo que más le gusta y les da la gana –me brillan los ojos. Estoy fascinada y tengo ganas de ir, aunque eso implica conocer gente; el lobo solitario se une al clan.
– Esta tarde… ¿Irás? –me mira un poco sorprendido, y sonríe tímidamente.
– No me lo perdería –y se pone un poco rojo, pero yo sonrío todo lo que puedo-. Te veo esta tarde –susurra.
– Te veo esta tarde –digo, mientras las palabras flotan en el aire. Le observo alejarse y pienso que si tuviera un espejo enfrente vería la cara de idiota que me ha dejado. Libero al marco de la puerta de mi peso y voy hacia Emily como si volara. Me mira incrédula.
– Annie, ¿Estás bien?
- ¿Por? –digo aun flotando.
- Porqué me preocupa la cara de atontada que llevas –yo empiezo a reír y ella también. Luego intento parecer más seria- ¿A sido ese chico? –me quedo helada. Mi rostro ya no es afable, sino duro e inexpresivo ¡Como puede pensar eso! Yo quiero a Erik, o eso creo. Sí, estoy enamorada de él.
– No –digo secamente-, sólo es un amigo.
– Yo no he dicho que no lo sea -ahí me ha pillado, y no me gusta.
– Por qué no tienes una razón para hacerlo –digo totalmente seria y agresiva. Me giro y me tiro a plomo encima de la cama. Caigo encima del bloc y una de sus esquinas se clava en mí piel. Libro a mi trasero de él y empiezo a pasar páginas, hasta que delante tengo una en blanco. Cierro los ojos hasta que mis pestañas se juntan y pienso en algo bello. El lápiz empieza a moverse solo y yo se lo permito. Los elegantes e involuntarios trazos forman algo magnífico, sombras delicadas y bellas que se proyectan formando el pelaje revuelto, salvaje e intensamente suave de un elegante lobo. Recapacito; no quiero recordar al lobo, nunca más, se parece demasiado a mí. Borro algunas facciones hasta acabar inconscientemente con todas ellas, para dibujar sobre la base a Claws. Estoy segura de que él puede ser tan elegante como un lobo si se lo propone. Estaba tan absorta, dentro de mi propio mundo, en el que solo existimos la hoja en blanco y el lápiz y yo, ya que este se convierte en una parte más de mí, una extensión, que no me había dado cuenta de que Claws me miraba, sentado al lado de mi cintura. Su pata está vendada, algo que parece no agradarle. Empieza a pasear elegantemente por encima de mis costillas y estómago, como mí lobo. Se encoge sobre mi vientre, recostándose sobre mí, y vagamente va cerrando sus enormes ojos, que observan cada trazo y gramo de grafito que hay grabado sobre la hoja.
Rehabilitación. Prefiero que mi pierna se marchite y desprenda como tenía planeado desde un principio. En añadidos, tenemos a una Emily que no sonríe, gracias a mi anterior amable comentario.
– Sigue un poco más –dice ella con voz muy cansada, aunque bastante dura.
- ¡Lo intento! –le respondo yo desesperada. Sé que no es la más aconsejable ni la mejor forma de hablarle, pero a mí ya todo me da igual. Con demasiados problemas, solo hay dos opciones: amargarte hasta que no puedas más y te derrumbes, o suspenderte en un limbo personal. Lo segundo suena bastante más corto, e intento convencerme de que también será más sencillo. Aunque sepa que no es fácil llegar hasta él.
Pego un soplido de resignación.
– Ya está bien por hoy –dice Emily enfadada. Yo también me rendiría, de hecho, lo acabo de hacer. El día es lento, y a mucho pesar, vivo a detalle cada segundo que pasa. Sólo la idea de poder ir al grupo de Arte con Dave me mantiene relativamente cuerda.  Y ver a Erik, eso primero, eso primero.
– ¡Hey! –me grita una Julie cargada con dos bandejas. Voy directamente hacia ella para ayudarle .
- ¿Qué  tal te ha ido el día? –digo muy, pero muy poco animada, haciendo bailar a mi tenedor con los espaguetis. El colchón es muy blando y hace que te hundas, lo que complica comer encima.
– Bueno… no gran cosa –dice mirando su plato; una diminuta sonrisita la delata.

- ¿En serio? –la miro directamente, y la sonrisita vuelve a aparecer. Intenta disimularlo mordiéndose el labio, pero ya es tarde- Julie…

lunes, 21 de octubre de 2013

Mi nuevo blog!!!!! La Katniss real o no real

Aixaixaixaixai!!!!!!!!!!!!!!!! Tengo un nuevo bloooooooooog!!!!!!!!!!!!!! Pero antes de nada, quiero dejar claro que ESTE es mi blog, como mi hijo, como mi diente de leon, y no lo abandonaré JAMÁS. Lo amo, y también a tod@s vosotr@s por estar ahí y seguir animándome cada día. Bueno, vamos a lo que vamos. Mi nuevo blog, se dedica específicamente a una nueva historia que tengo entre manos. He pensado que, en vez de poner otra más aquí, hago un blog independiente, aunque un poquito conectado a este. Se llama, al igual que la historia, La Katniss real o no real (os suena el nombrecito ehh ;))))) ), y trata sobre como Katniss podría vivir, sus aventuras y desventuras, hoy mismo, no cientos de años en el futuro. Bueno, el blog estará cambiando constantemente (está aún en pruebas de diseño) y la historia estará dentro de nada, creo que a lo mejor este viernes pueda publicar ya el primer capítulo, o si no estoy segura de que el domingo también es muuuy posible. Pero ya tengo la primera entrada publicada!!!! ESPERO QUE OS GUSTE Y OS PASÉIS PARA DARME VUESTRO VOTO DE CONFIANZA, como hacéis con mi actual y queridísimo blog. 

Noticias recientes DE VUESTRA ESCRITORA ;))

domingo, 20 de octubre de 2013

Capítulo 11: Una divergente en llamas y con runas

Recién sacado del horno!!!!! Me E-N-C-A-N-T-A. Este me encanta. Es... bueno, cuando os lo leáis me decís que os parece ¿vale?

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA



Capítulo 11: Remátame, como a Rue


Sesenta segundos. Es el tiempo que tenemos que estar de pie en nuestros círculos metálicos antes de que el sonido de un gong nos libere. Si das un paso al frente antes de que acabe el minuto, las minas te vuelan las piernas. Sesenta segundos para observar el anillo de tributos, todos a la misma distancia de la Cornucopia, que es un gigantesco cuerno dorado con forma de cono, con el pico curvo y una abertura de al menos seis metros de alto, lleno a rebosar de las cosas que nos sustentarán aquí, en el estadio: comida, contenedores con agua, armas, medicinas, ropa, material para hacer fuego. Alrededor de la Cornucopia hay otros suministros, aunque su valor decrece cuanto más lejos están del cuerno. Por ejemplo, a pocos pasos de mí hay un cuadrado de plástico de un metro de largo. Sin duda sería útil en un chaparrón. Sin embargo, cerca de la abertura veo una tienda de campaña que me protegería de cualquier condición atmosférica; si tuviera el valor suficiente para entrar y luchar por ella contra los otros veintitrés tributos, claro, cosa que me han aconsejado no hacer.
Estamos en un terreno despejado y llano, una llanura de tierra aplanada. Detrás de los tributos que tengo frente a mí no veo nada, lo que indica que hay una pendiente descendente o puede que un acantilado. A mi derecha hay un lago. A la izquierda y detrás, unos ralos bosques de pinos. Ésa es la dirección que Haymitch querría que tomase, y de inmediato.
Oigo sus instrucciones dentro de mi cabeza: «Salid corriendo, poned toda la distancia posible de por medio y encontrad una fuente de agua».
Sin embargo, es tentador, muy tentador ver el regalo delante de mí, esperándome, y saber que, si no lo cojo yo, lo hará otro; que los tributos profesionales que sobrevivan al baño de sangre se repartirán casi todo el botín, esencial para sobrevivir aquí. Algo me llama la atención: sobre un montículo de mantas enrolladas hay un carcaj de plata con flechas y un arco, ya tensado, esperando a que lo disparen.
«Eso es mío --pienso--. Lo han dejado para mí.»
Soy rápida, puedo correr más deprisa que las demás chicas de nuestro colegio, aunque un par de ellas (la escurridiza Clary es una de ellas) me ganan en las distancias largas. Pero son menos de cuarenta metros, perfecto para mí. Sé que puedo conseguirlo, sé que puedo llegar primero, aunque la pregunta es: ¿podré salir de ahí lo bastante deprisa? Cuando termine de abrirme paso entre las mantas y coja las armas, los demás ya habrán llegado al cuerno, y quizá pueda derribar a un par de ellos, pero supongamos que hay doce; tan cerca, podrían matarme con las lanzas y las porras. O con sus enormes puños.
Por otro lado, no seré el único objetivo. Seguro que muchos de los tributos no prestarían atención a una chica de menor tamaño que ellos, aunque hubiese conseguido un once en el entrenamiento, y preferirían dedicarse a los adversarios más feroces.
Haymitch no me ha visto correr. De haberlo hecho, a lo mejor me habría dicho que lo intentara, que cogiera el arma, teniendo en cuenta que es precisamente el arma que podría salvarme. Además, sólo veo un arco en toda la pila. Sé que el minuto debe de estar a punto de acabar y tengo que decidir cuál será mi estrategia; al final me coloco instintivamente en posición de correr, no hacia el bosque que nos rodea, sino hacia la pila, hacia el arco. Entonces, de repente, veo a Peeta, que está cinco tributos a mi derecha; a pesar de la distancia, sé que me está mirando y creo que sacude la cabeza, pero el sol me da en los ojos y, mientras le doy vueltas al tema, suena el gong.
¡Y me lo he perdido! ¡He perdido la oportunidad! Porque esos dos segundos de más sin prepararme han bastado para hacerme cambiar de idea. Muevo los pies de un lado a otro, sin saber la dirección que me indica el cerebro, y me lanzo hacia delante, recojo el cuadrado de plástico y una hogaza de pan. He cogido tan poco y estoy tan enfadada con Peeta por distraerme que avanzo unos quince metros hacia la Cornucopia y recojo una mochila de color naranja intenso que podría contener cualquier cosa, sólo porque no puedo soportar la idea de irme prácticamente sin nada.
Un chico, creo que del Distrito 9, intenta coger la mochila a la vez que yo y, durante un breve instante, los dos tiramos de ella. Entonces él tose y me llena la cara de sangre. Doy un tambaleante paso atrás, asqueada por las cálidas gotitas pegajosas; el chico cae al suelo y veo el cuchillo que le sobresale de la espalda.
Los demás tributos han llegado a la Cornucopia y están dispersándose para atacar. Sí, la chica del Distrito 2 corre hacia mí, está a unos diez metros y lleva media docena de cuchillos en la mano. La he visto lanzarlos en el entrenamiento, y nunca falla. Yo soy su siguiente objetivo.
Todo el miedo general que he sentido hasta ahora se condensa en un miedo concreto a esta chica, a esta depredadora que podría matarme dentro de pocos segundos. Con el subidón de adrenalina, me echo la mochila al hombro y corro a toda velocidad hacia el bosque. Oigo la hoja del cuchillo que se dirige a mí y, por acto reflejo, levanto la mochila para protegerme la cabeza; la hoja se clava en ella. Con la mochila colgada a la espalda, sigo corriendo hacia los árboles. De algún modo, sé que la chica no me seguirá, que volverá a la Cornucopia antes de que se lleven todo lo bueno. Cuatro me enseñó bastante sobre cómo utilizarlos, así que creo que podré sacarle buen partido. Sonrío y pienso: «Gracias por el cuchillo».
Al borde del bosque me vuelvo un instante para examinar el campo de batalla; hay unos doce tributos luchando en el cuerno y algunos muertos tirados por el suelo. Los que han huido desaparecen en los árboles o en el vacío que veo al otro lado. Sigo corriendo hasta que el bosque me esconde de los demás tributos y después freno un poco para mantener un ritmo que me permita seguir un rato más. Durante las horas siguientes voy alternando las carreras con los paseos para alejarme todo lo posible de mis competidores. Perdí mi pan en el forcejeo con el chico del Distrito 9, pero conseguí meterme el plástico en la manga, así que, mientras camino, lo doblo bien y me lo guardo en un bolsillo. También saco el cuchillo (es bueno, tiene una larga hoja afilada y con dientes cerca del mango, lo que me vendrá bien para serrar cosas) y lo meto en el cinturón. Sigo moviéndome, sólo me detengo para ver si me siguen.
Tengo mucha resistencia, lo sé por mis días en los bosques con Gale. Bueno, y gracias a todo el entrenamiento con Jace, Isabelle, incluso a las carreras que me pegaba con Clary y Tris por las calles de Abnegación, y los paseos por la pradera con Madge o Prim… Sin embargo, voy a necesitar agua. Era la segunda instrucción de Haymitch y, como fastidié la primera, procuro prestar atención a cualquier rastro de humedad, aunque sin suerte.
El bosque empieza a evolucionar y los pinos se mezclan con una variedad de árboles, algunos reconocibles y otros completamente desconocidos para mí. En cierto momento oigo un ruido y saco el cuchillo, pensando en defenderme, pero resulta ser un conejo asustado.
--Me alegro de verte --susurro. Donde hay un conejo, podría haber cientos esperando a que los cace.
El suelo baja en pendiente, cosa que no me gusta mucho, porque los valles me hacen sentir atrapada. Quiero estar en alto, como en las colinas que rodean el Distrito 12, desde donde puede verse venir a los enemigos. En cualquier caso, no tengo elección, así que sigo.
Lo curioso es que no me siento demasiado mal; me han venido bien los atracones de comida de los últimos días. Puedo mantenerme aunque esté falta de sueño, y estar en el bosque me resulta revitalizante. Agradezco la soledad, aunque no sea más que una ilusión, ya que es muy probable que ahora mismo esté en pantalla, no de continuo, pero sí de vez en cuando. Hay tantas muertes que mostrar el primer día que un tributo caminando por el bosque no resulta demasiado interesante. Sin embargo, me sacarán lo bastante para que la gente sepa que sigo viva, ilesa y en movimiento. Uno de los días más fuertes de las apuestas es el de apertura, cuando llegan las primeras bajas, aunque no puede compararse con lo que sucede conforme la batalla se reduce a un puñado de jugadores.
A última hora de la tarde empiezo a oír los cañones. Cada disparo representa a un tributo muerto. Por fin debe de haber acabado la lucha en la Cornucopia, ya que nunca recogen los cadáveres del baño de sangre hasta que se dispersan los asesinos. El día de apertura ni siquiera disparan los cañones hasta que acaba la primera batalla, porque les resulta demasiado difícil llevar la cuenta de los fallecidos. Me permito una pausa, entre jadeos, para contar los disparos. Uno..., dos..., tres..., y así hasta llegar a once. Once muertos en total; quedan trece para jugar. Me rasco la sangre seca que el chico del Distrito 9 me tosió en la cara. Sin duda, murió. ¿Qué habrá sido de Peeta? Lo sabré en pocas horas, cuando proyecten en el cielo las imágenes de los muertos para que las veamos los demás.
De repente, me sobrecoge la idea de que Peeta haya muerto, de que hayan recogido su cadáver pálido y esté de regreso al Capitolio, donde lo limpiarán, lo vestirán y lo enviarán al Distrito 12 en una sencilla caja de madera; de que ya no esté aquí, sino camino a casa. Intento recordar si lo vi después de que comenzara la acción, pero la última imagen que recuerdo es la de Peeta sacudiendo la cabeza al sonar el gong.
Quizá sea mejor que esté muerto. Él no creía poder ganar y yo no tendré que enfrentarme a la desagradable tarea de matarlo. Quizá sea mejor que esté fuera del juego para siempre, por mucho que me duela. Además, tarde o temprano tenía que olvidarme de él, y aceptar donde estamos y lo que debemos hacer para ganar, aunque sea ya un poco tarde para darme cuenta.
Me dejo caer junto a mi mochila, agotada. De todos modos, necesito revisarla antes de que caiga la noche y ver qué tengo para trabajar. Cuando desabrocho las correas, noto que es robusta, aunque tiene un color muy desafortunado. Este naranja casi brilla en la oscuridad; tomo nota de que tengo que camuflarla en cuanto se haga de día.
Abro la solapa; en este momento, lo que más deseo es agua. El consejo de Haymitch de encontrarla de inmediato no era arbitrario: no duraré mucho sin ella. Quizá pueda funcionar durante unos cuantos días con los feos síntomas de la deshidratación, pero después me deterioraré hasta quedar indefensa y moriré en una semana, como mucho. Saco con cuidado las provisiones: un fino saco de dormir negro que guarda el calor corporal; un paquete de galletas saladas; un paquete de tiras de cecina de vaca; una botella de yodo; una caja de cerillas de madera; un pequeño rollo de alambre; unas gafas de sol; y una botella de plástico de dos litros con tapón para llenarla de agua, aunque está vacía.
Nada de agua. ¿Tanto les habría costado llenar la botella? Me doy cuenta de lo secas que tengo la garganta y la boca, de las grietas de los labios. Llevo moviéndome todo el día, hacía calor y he sudado mucho. Esto lo hago en casa, pero siempre he tenido arroyos para beber o nieve que derretir, si la cosa llegaba a ese extremo.
Mientras vuelvo a meter las cosas en la mochila, se me ocurre una idea horrible: el lago, el que vi mientras esperaba a que sonase el gong, ¿será la única fuente de agua del estadio? Así garantizarían que todos tuviésemos que luchar. El lago está a un día entero de camino desde aquí, una excursión muy dura si no tengo nada para beber. En cualquier caso, aunque llegara, seguro que lo custodian algunos de los tributos profesionales. Empieza a entrarme el pánico, hasta que recuerdo el conejo que salió corriendo al principio de la jornada; él también tiene que beber, sólo hay que descubrir dónde.
Empieza a anochecer y no me encuentro cómoda. Los árboles son demasiado ralos para esconderme, y la capa de agujas de pino que amortigua mis pisadas también hace que resulte difícil seguir el rastro de los animales para encontrar agua. Además, sigo bajando cada vez más hacia un valle que parece no acabar nunca.
También tengo hambre, pero no me atrevo a gastar mi preciado tesoro de galletas y cecina, así que saco el cuchillo y me pongo a cortar un pino, quitándole la corteza exterior y sacando un buen puñado de la interior, más blanda. Me dedico a masticarla lentamente mientras camino. Después de una semana disfrutando de la mejor comida del mundo, es algo difícil de soportar, pero he comido mucho pino en mi vida, me adaptaré rápidamente. Pero me falta Gale, a mí lado, masticándolo también, mientras las llamas de la hoguera crepitan y Jace me pega un susto de muerte un rato después, que hace que Gale también se muera de risa. Detalles.
Al cabo de una hora está claro que tengo que encontrar un sitio para dormir. Las criaturas de la noche salen de sus guaridas; oigo algún que otro aullido y a los buhos, lo que me hace pensar que tendré competencia en la caza de los conejos. En cuanto a si me verán como fuente de alimentación, es pronto para decirlo. A saber cuántos animales me están acechando en estos momentos.
Sin embargo, ahora mismo creo que mi prioridad son los otros tributos, ya que estoy segura de que seguirán cazando de noche. Los que lucharon en la Cornucopia tendrán comida, agua abundante del lago, antorchas o linternas y armas que estarán deseando usar. Sólo espero haberme alejado lo suficiente para estar fuera de su alcance.
Antes de acampar, saco mi alambre y coloco dos trampas de lazo en los arbustos como me enseñó Gale. Sé que es arriesgado, pero no tardaré en quedarme sin comida y puedo preparar trampas sobre la marcha. En cualquier caso, camino otros cinco minutos antes de detenerme.
Escojo mi árbol con cuidado, un sauce no muy alto, aunque colocado en un bosquecillo con otros sauces, de modo que pueda ocultarme entre las largas ramas colgantes. Lo trepo utilizando las ramas más fuertes, cerca del tronco, y encuentro una bifurcación que me servirá de cama. Tardo un ratito, pero consigo colocar el saco de dormir en una posición relativamente cómoda y me meto dentro. Como precaución, me quito el cinturón, lo paso por la rama y el saco, y me lo ato a la cintura. Así, si ruedo mientras duermo, no caeré al suelo. Aunque soy lo bastante pequeña para taparme la cabeza con el saco, me subo también la capucha. Conforme cae la noche, la temperatura baja en picado. A pesar del riesgo que corrí al coger la mochila, sé que hice lo correcto, porque este saco de dormir en el que se refleja el calor de mi cuerpo para devolvérmelo no tiene precio. Seguro que, en estos momentos, la principal preocupación de varios tributos es cómo entrar en calor, mientras que quizá yo pueda dormir algunas horas. Si no tuviera tanta sed...
Justo al caer la noche oigo el himno que precede al recuento de bajas. A través de las ramas veo el sello del Capitolio, que parece flotar en el cielo. En realidad estoy viendo una pantalla enorme que transportan en uno de sus silenciosos aerodeslizadores. El himno termina y el cielo se oscurece un momento.
En casa estaríamos viendo la repetición de todos y cada uno de los asesinatos, pero consideran que eso sería una ventaja injusta para los tributos supervivientes. Por ejemplo, si yo me hubiese hecho con el arco y hubiese matado a alguien, mi secreto estaría al descubierto. No, en el estadio sólo vemos las mismas fotografías que televisaron cuando salieron las puntuaciones del entrenamiento, simples fotografías de nuestras cabezas. Sin embargo, en vez de puntuaciones, lo que ponen debajo es el número del distrito. Respiro hondo conforme surgen los rostros de los once tributos muertos y voy contándolos con los dedos.
La primera es la chica del Distrito 3, lo que significa que los tributos profesionales de los distritos 1 y 2 han sobrevivido. No me sorprende. Después, la chica del Distrito 4. Eso no me lo esperaba, porque los profesionales suelen sobrevivir al primer día. Gracias a Dios Max sigue en vivo, porque yo no me he cordado de él. Me siento fatal porque le quiero, y en casa también, pero, ¿Qué habría pasado si me hubiera arriesgado? Podría no haber salido de allí. Y, en todo caso, ¿qué haría con él? Cuidarle sería engañarme, engañar a los Lightwood, porque, en el improbable caso de que quedáramos finalistas, alguien tendría que ganar. Alguno de los dos tendría que morir. Además, cuidar de un niño dificultaría mi vida aquí, y ya de por si no es agradable. Supongo que los Lightwood, que Jace e Isabelle, me odiarán de todos modos.
El chico del Distrito 5... Supongo que la chica con cara de comadreja lo ha conseguido. Los dos tributos del 6 y el 7. El chico del 8. Los dos del 9. Sí, ahí está el chico que intentó llevarse la mochila. He, llevado las cuentas con los dedos, así que sólo queda un tributo muerto. ¿Será Peeta? No, es la chica del Distrito 10. Ya está. Vuelven a poner el sello del Capitolio con una última floritura musical. Después me quedo a oscuras y regresan los ruidos del bosque.
Me alivia saber que Peeta sigue vivo. Me repito que, si me matan, su victoria beneficiaría a mi madre y a Prim. Es lo que me digo para explicarme las emociones contradictorias que me despierta el hijo del panadero: la gratitud por la ventaja que me dio al declarar su amor por mí en la entrevista; la rabia ante su alarde de superioridad en el tejado; el miedo de encontrarme cara a cara con él en la batalla. Todo lo que he sentido estos años… ¡No me importa! No debe importarme, pero por mucho que lo intente, cinco años de sentimientos no se reducen en cenizas en una semana. En realidad, me parezco a Clary, yendo al Quemador solo para ver a Jace, pero sin decirle una palabra. Si salgo de esta, juro por mi familia que los uniré, que Clary no sufrirá por amor, como lo hago yo ahora. Lo mío es imposible.
Once muertos, pero ninguno del Distrito 12. Intento repasar quién queda: cinco tributos profesionales; la comadreja, Thresh y Rue. Rue... Así que al final ha sobrevivido al primer día; no puedo evitar alegrarme. Con eso somos diez, mañana averiguaré los tres que me faltan. Ahora, a oscuras y después de haber caminado tanto y subido a lo alto de un árbol, ha llegado el momento de intentar descansar.
En realidad no he dormido mucho en los dos últimos días, a lo que hay que sumar la larga jornada de viaje por el campo de batalla. Dejo que los músculos se relajen poco a poco. Se me cierran los ojos. Lo último que pienso es que es una suerte que no ronque...
¡Crac! El ruido de una rama rota me despierta. ¿Cuánto llevo dormida? ¿Cuatro horas? ¿Cinco? Tengo fría la punta de la nariz. ¡Crac! ¡Crac! ¿Qué está pasando? No es el ruido de una rama pisada, sino de una que se ha roto en el árbol. ¡Crac! ¡Crac! Calculo que está a varios metros a mi derecha. Me vuelvo hacia allí lentamente y sin hacer ruido. Durante unos minutos no hay más que oscuridad y ruido de movimiento, pero después veo una chispa y el inicio de una pequeña fogata. Un par de manos se calientan encima, aunque no distingo nada más.
Tengo que morderme los labios para no gritar todos los tacos que me sé. ¿En qué estará pensando? Los que lucharon en la Cornucopia, con su fuerza superior y sus generosas provisiones, quizá no hubiesen visto el fuego entonces, pero ahora que ya estarán rastreando el bosque en busca de víctimas... Es como agitar una bandera y gritar: «¡Venid a por mí!».
Y aquí estoy, a tiro de piedra del tributo más idiota de los juegos, atada a un árbol y sin atreverme a huir, porque acabaría dándole mi ubicación exacta a cualquier asesino que la buscase. Es decir, sé que hace frío y que no todos tienen un saco de dormir, ¡pero hay que apretar los dientes y aguantarse hasta el alba!
Me quedó dentro del saco hecha una furia durante un par de horas, pensando en que, si pudiera salir del árbol, no me importaría cargarme a mi nuevo vecino. Mi instinto me dice que huya, no que luche, aunque, obviamente, esta persona es un riesgo. La gente estúpida resulta peligrosa, y éste seguro que no tiene armas, mientras que yo cuento con un excelente cuchillo.
El cielo sigue oscuro, pero noto que se acerca el amanecer. Empiezo a pensar que quizás hayamos (es decir, la persona cuya muerte planeo y yo misma) pasado desapercibidos. Entonces lo oigo: varios pares de pies que echan a correr. El de la hoguera debe de haberse quedado dormido. Caen sobre ella antes de que pueda escapar; ahora sé que es una chica, porque oigo sus súplicas y el grito de dolor que las acalla. Después hay risas y felicitaciones de varias voces. Alguien grita: «¡Doce menos, quedan once!». Los demás lo vitorean.
Así que luchan en manada; no me sorprende. A menudo se forman alianzas en las primeras etapas de los juegos; los fuertes se agrupan para cazar a los débiles y, cuando la tensión empieza a crecer demasiado, se vuelven unos contra otros. Está bastante claro quiénes forman la alianza: serán los tributos profesionales que quedan de los distritos 1 y 2 , dos chicos y una chica, los que comían juntos.
Durante un momento los oigo registrar a la chica en busca de provisiones. Por sus comentarios sé que no han encontrado nada bueno. Me pregunto si la víctima será Rue. Dios mío es muy probable que sea… Mis ojos enrojecen y  mi respiración se agita. No puedes ponerte así por una niña a la que no conocías… una niñita de doce años, como Prim, inocente, que no tiene culpa de nada. No tiene culpa de que el asqueroso Capitolio sea tan… Nadie tiene culpa de nada. Doce distritos enteros no tienen culpa de nada.
--Será mejor que nos vayamos para que puedan llevarse el cadáver antes de que empiece a apestar.
Estoy casi segura de que es el bruto del Distrito 2. Oigo murmullos de aprobación y, horrorizada, veo que se dirigen a mí. No saben dónde estoy. ¿Cómo iban a saberlo? Y estoy bien escondida entre los árboles, al menos mientras el sol siga bajo. Después, mi saco de dormir negro pasará de servirme de camuflaje a ser un problema. Si siguen avanzando pasarán por debajo de mí y desaparecerán en un minuto.
Entonces, los profesionales se detienen en el claro que se encuentra a unos diez metros de mi árbol. Tienen linternas y antorchas, veo un brazo por aquí y una bota por allá a través de los huecos de las ramas. ¿Me habrán visto? No, todavía no. Por sus palabras sé que tienen la cabeza en otra parte.
--¿No tendríamos que haber oído ya el cañonazo?
--Diría que sí, no hay nada que les impida bajar de inmediato.
--A no ser que no esté muerta.
--Está muerta, la he atravesado yo mismo.
--Entonces, ¿qué pasa con el cañonazo?
--Alguien debería volver y asegurarse de que está hecho.
--Sí. No quiero tener que perseguirla dos veces.
--¡He dicho que está muerta!
Empieza una discusión, hasta que uno de los tributos silencia a los demás.
--¡Estamos perdiendo el tiempo! ¡Iré a rematarla y seguiremos moviéndonos!
Casi me caigo del árbol: el que hablaba era Peeta.

Capítulo 18: En mi mente de hielo agrietado

Holaaaaaaa guap@s!!!!!!! Aquí os dejo por fin el capítulo 18. ¿Habéis visto el nuevo tráiler de la peli Los Juegos del Hambre: En Llamas? En la entrada de abajo lo he colgado, por si os interesa ;)) Ah, y en breve colgaré también el capítulo 11 de Una divergente en llamas y con runas, pero tardaré un ratito (pequeño) porque voy con retraso y lo escribo ahora mismo. Pero no tardo ¿vale?
 Ahh, y siento el suspense del final, pero compensa que el capítulo sea más largo. No perdáis de vista a Dave... ;))

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA, QUE OS GUSTE MUCHO!!!!!!!!!!! ;))



Capítulo 18


Se sienta a mí lado y mientras desliza una mano tras mi oreja, fundiéndose con mí pelo, besa mis labios con suavidad y ternura. Le sonrío a dos centímetros de distancia, aún con su mano acariciándome.
– Te he echado de menos –me dice.
–Y yo –le contesto. Me inclino para volver a besarle. Nuestros labios se juntan, y al segundo algo peludo, mullido y suave acaricia la comisura de mis labios. Erik se separa y mira estupefacto algo a mi derecha. Espera, algo peludo… El gato sale de mi bandolera y Erik lo atrapantes de que salga corriendo. Tiene un hilillo de sangre en su labio. Oh, a mí me ha dado con la parte peluda de su pata, y a él con sus uñas. Me he llevado la mejor parte. Parece que tiene buenas zarpas, Claws. Me parece un buen nombre.
- ¿Quién es este? –me dice Erik agarrándolo.
– Claws -digo mientras se lo quito y lo vuelvo a meter en la bolsa. Con el borde de mi gabardina limpio su sangre, mientras me mira expectante, con esa mirada suya que me examina y pone nerviosa- lo encontré esta mañana, su pata delantera izquierda no tiene buena pinta –acabo de limpiarle, y parece que ahora se da cuenta de lo que estaba haciendo. Aparta mi mano con delicadeza y la rodea con la suya.
– No tenías por qué hacerlo.
– Has llegado tarde –le digo sonriendo-. Además ha sido él –señalo a Claws con la cabeza-, y es mi responsabilidad ahora.
- ¿Lo has adoptado?
- Sí, eso creo.
– Me parece un poco celoso la verdad…-yo río y vuelvo a besarle.

La puerta de la enfermería está enterabierta. La vislumbro al fondo del pasillo, intentando llegar con dificultad ante la marea de alumnos en dirección contraria, sin que nadie chafe demasiado la bandolera donde llevo a Claws. Pego un bufido y un pisotón con mi pierna buena; antes tengo que ir a mi taquilla a por algo que me entretenga, aunque con Claws y la rehabilitación no creo que me aburra. Cambio mi rumbo y me uno a la marea, que me da un empujón. Cuando estoy cerca de mi taquilla pierdo el equilibrio gracias a mi escayola, las recién enceradas baldosas y el codazo de una chica que camina demasiado despistada. Un brazo recorre mi espalda y una mano coge mi cintura, son cálidos y me, me hacen sentir protegida. ¿Qué significa eso? Unos ojos miel oscuro me miran, bellos y brillantes con apenas luz. Me levanta y yo pongo mis manos en su cuello. Su piel es muy cálida, tanto como la de Erik; creo que más. Estoy de pie aún con mis manos en su cuello, hipnotizada por su cálida belleza. Parpadea y me sonríe.
- ¿Estas bien? –eso me saca de su encantamiento. Bajo mis manos a toda prisa y él, por obligación, las suyas.
– Sí, gracias –digo tímidamente, pero obligándome a sonreír.
– De na… -en ese momento Claws sale disparado de mi bandolera, asustado. El chico corre detrás de él, hasta que al final lo alcanza y coge en brazos. Los veo volver, y Claws está lamiendo la mano del chico. Raro, parece que este chico le cae bien y que odia a Erik. El chico me sonríe tímidamente y me lo tiende. Yo lo cojo y lo sostengo, suspendiéndolo en el aire. Claws me mira con sus ojitos, expectante. Tuerzo el gesto a modo de reprimenda y parece que el gato lo pilla. Lo meto inmediatamente en mi bandolera recordando que no lo deben ver.
– Gracias, me va a matar a sustos –estúpida. ¿Cómo se te ocurre eso? Pero él sonríe igual, algo tímido-. Soy Annie –digo sonriendo.
– Dave –me derrito con su sonrisa, aunque no creo que lo haga adrede. No tiene pinta de ser el típico jugador de fútbol que sale con animadoras, aunque creo que si quisiera podría. Parece un chico de esos de libro, tierno y bueno. Me apresuro a abrir mi taquilla para dejar de pensar estupideces y él la suya. Escarbo entre los trastos. Agarro algo que me resulta familiar y estiro.
- ¿Dibujas? –dice, mirando mi bloc.
– Sí -él saca algo parecido.
- ¿Arma?
- Lápiz y carboncillo –digo riendo- ¿Tú también?
- Pincel –contesta riendo. Suena el timbre.
– Tengo que ir a la enfermería –digo, aunque no quiero separarme ahora de él.
- ¿Necesitas ayuda? –me dice. Creo que está… ¿Preocupado por mí? La verdad, no necesito ayuda. Pero si él me acompaña, será más agradable.
– No quiero molestar.
– No molesta –dice con otra tímida sonrisa. Me gusta.
Nos dirigimos a la enfermería. Bastante juntos, y le echo la culpa a la marea de alumnos. Estas con Erik. Le quieres. No te distraigas. Llegamos a la enfermería, y Dave se apoya en el marco de la puerta.
- ¿Estas en el grupo de Arte?
- ¿Hay un grupo de Arte?
- Sí –dice riendo un poco.
– No estoy muy conectada al mundo –respondo sonriendo- ¿Por?
- Bueno –hace una pausa y mira al suelo-, estaba pensando en ir algún día.
– Podría ser divertido –digo sin pensar.
– Entonces, ¿Te pasarás por allí? -¿Estoy viendo esperanza en sus ojos?
- Claro, ¿Dónde … –entonces Claws saca una pata de la bandolera y maulla. Emily se me acerca por la espalda.
– Pero que…
- Ahora te lo explico -digo con un ápice de súplica en mi voz.
– Oohhh, claro que lo harás –dice arrebatándome la bandolera. Me quedo helada. Me está regañando como si fuera mí, mí… Como lo hacía mí… Me vuelvo de un pálido casi blanco, y mis piernas fallan poco a poco. Noto la agradable mano de Dave en mi cintura, y la otra en mis costillas. Las aferro con las mías.
– Eh –me susurra al oído, lo que me produce un cosquilleo-, Annie –Emily no se percata de mi estado, y se mueve igual que ella, se parece tanto ella…- , Annie ¿Qué pasa? –despierto; Emily no es mi madre. Y no volveré a tener una.
- Lo siento, habrá sido un bajón –susurro con voz queda. Me levanto y aferro con más fuerza las manos de Dave, hasta que ya no me sujetan y solo agarran a las mías.
- ¿Estas bien? –susurra Dave cerca de mí oído.
– Sí, gracias –digo girándome para mirar sus preciosos… Para que engañarme, todo él me parece precioso. Aún sujeto sus manos con fuerza, y mis dedos acarician los suyos, poco a poco. Mis manos sueltan las suyas lentamente y… 

Nuevo trailer de Los Juegos del Hambre: En Llamas


Aquí os dejo el trailer !!!!!!!!!!!!!! Que bonito, espectacular, precioso... Aaayy, no encuentro suficientes palabras para describir lo maravilloso que es. Y encima con Peeta y Katniss juntitos... :3 Adoro las imágenes nuevas.
Me decís que os parece?¿?¿?¿?¿? ;))



lunes, 14 de octubre de 2013

Capítulo 10: Una divergente en llamas y con runas

Por fin empiezan los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!!!!!!!!!!!!! Bueno, técnicamente, es el principio del fin. Que os guste mucho, aunque espero que este no sea el final definitivo !! ;))

BESOS DE VUESTRA ESCRITORA ;))


Capítulo 10: ¡Damas y caballeros, que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!


SEGUNDA PARTE:
LOS JUEGOS

Durante un momento, las cámaras se quedan clavadas en la mirada cabizbaja de Peeta, mientras todos asimilan lo que acaba de decir. Después veo mi cara, boquiabierta, con una mezcla de sorpresa y protesta, ampliada en todas las pantallas: ¡soy yo! ¡Dios mío, se refiere a mí! Aprieto los labios y miro al suelo, esperando esconder así las emociones que empiezan a hervirme dentro.
--Vaya, eso sí que es mala suerte --dice Caesar, y parece sentirlo de verdad.
La multitud le da la razón en sus murmullos y unos cuantos han soltado grititos de angustia.
--No es bueno, no --coincide Peeta.
--En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía?
--Hasta ahora, no --responde Peeta, sacudiendo la cabeza.
Me atrevo a mirar un segundo a la pantalla, lo bastante para comprobar que mi rubor es perfectamente visible.
--¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? --pregunta Caesar a la audiencia, que responde con gritos afirmativos--. Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón.
El rugido de la multitud es ensordecedor; Peeta nos ha borrado a todos del mapa al declarar su amor por mí. Cuando el público por fin se calla, mi compañero murmura un «gracias» y regresa a su asiento. Nos levantamos para el himno; yo tengo que alzar la cabeza, porque es una muestra de respeto obligatoria, y no puedo evitar ver que en todas las pantallas aparece una imagen de nosotros dos, separados por unos cuantos metros que, en las mentes de los espectadores, deben de parecer insalvables. Pobre pareja trágica.
Sin embargo, yo sé la verdad, y no acabaré como la Clary de mí sueño; nunca.
Después del himno, los tributos nos ponemos en fila para volver al vestíbulo del Centro de Entrenamiento y sus ascensores. Me aseguro de no meterme en el mismo que Peeta. La muchedumbre frena a nuestro séquito de estilistas, mentores y acompañantes, así que nos quedamos solos; no hablamos. Mi ascensor deja a cuatro tributos antes de quedarme sola y llegar a la planta doce. Peeta acaba de salir del ascensor cuando me acerco a él y le pego un empujón en el pecho; él pierde el equilibrio y se estrella contra una fea urna llena de flores artificiales. La urna se cae y se hace añicos en el suelo, Peeta aterriza encima de los pedazos y las manos empiezan a sangrarle de inmediato.
--¿A qué viene esto? --me pregunta, horrorizado.
--¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho a decir esas cosas sobre mí!
Los ascensores se abren y aparece todo el grupo: Effie, Haymitch, Cinna y Portia.
--¿Qué está pasando? --pregunta Effie, con un deje de histeria en la voz--. ¿Te has caído?
--Después de que ella me empujara --responde Peeta, mientras Effie y Cinna lo ayudan a levantarse.
--¿Lo has empujado? --me pregunta Haymitch.
--Ha sido idea tuya, ¿verdad? ¿Lo de convertirme en una idiota delante de todo el país?
--Fue idea mía --interviene Peeta, mientras se quita trozos de cerámica de las manos--. Haymitch sólo me ayudó a desarrollarla.
--Sí, Haymitch es una gran ayuda... ¡para ti!
--Eres una idiota, sin duda --dice Haymitch, asqueado--. ¿Crees que te ha perjudicado? Este chico acaba de darte algo que nunca podrías lograr tú sola.
--¡Me ha hecho parecer débil!
--¡Te ha hecho parecer deseable! Y, reconozcámoslo, necesitas toda la ayuda posible en ese tema. Eras tan romántica como un trozo de roca hasta que él dijo que te quería. Ahora todos te quieren y sólo hablan de ti. ¡Los trágicos amantes del Distrito 12!
--¡Pero no somos amantes! --exclamo.
--¿A quién le importa? --insiste Haymitch, cogiéndome por los hombros y aplastándome contra la pared--. No es más que un espectáculo, todo depende de cómo te perciban. Después de tu entrevista lo único que podría haber dicho de ti era que resultabas bastante agradable, aunque debo admitir que eso ya de por sí es un milagro. Ahora puedo decir que eres una rompecorazones. Oooh, los chicos de tu distrito caían abrumados a tus pies. ¿Con cuál de las dos imágenes crees que conseguirás más patrocinadores?

El olor a vino de su aliento me pone mala; lo empujo para quitármelo de encima y retrocedo, intentando aclararme las ideas.

--Tiene razón, Katniss --me dice Cinna, acercándose y rodeándome con un brazo.
--Tendría que haberlo sabido --respondo, sin saber qué pensar--. Así no habría parecido tan estúpida.
--No, tu reacción ha sido perfecta. De haberlo sabido, no habría parecido tan real --intervino Portia.
--Lo que le preocupa es su novio --dice Peeta, malhumorado, mientras se arranca un trozo ensangrentado de urna.
--No tengo novio --afirmo, aunque se me encienden otra vez las mejillas al pensar en Gale.
--Lo que tú digas, pero seguro que es lo bastante listo para reconocer un farol. Además, tú no has dicho que me quieras, así que ¿qué más da?
Las palabras empiezan a surtir efecto. Me calmo. Ahora no sé si debo pensar que me han usado o que me han dado una ventaja. Haymitch tiene razón, he sobrevivido a la entrevista, pero ¿qué les he ofrecido? A una chica imbécil dando vueltas con un vestido brillante y soltando risitas tontas. El único momento con sustancia fue cuando hablé de Prim. Comparada con Thresh y su fuerza silenciosa y mortífera, no soy digna de recordar. Tonta, brillante y fácil de olvidar; bueno, no del todo, porque tengo mi once en entrenamiento.
Sin embargo, ahora Peeta me ha convertido en objeto de amor, y no sólo del suyo. Según él, ahora tengo muchos admiradores, y si el público cree de verdad que estamos enamorados... Recuerdo la energía con la que han respondido a su confesión; un amor trágico. Haymitch tiene razón, en el Capitolio adoran estas cosas. De repente me preocupa no haber reaccionado bien.
--Después de que dijese que me quería, ¿a vosotros os pareció que podría estar enamorada de él? --les pregunto.
--A mí sí --responde Portia--. Por la forma en que evitabas mirar a las cámaras y el rubor en las mejillas.
Los otros asienten.
--Eres una mina, preciosa, vas a tener a los patrocinadores haciendo cola --afirma Haymitch.
--Siento haberte empujado --le digo a Peeta, obligándome a mirarlo, avergonzada por mi reacción.
--Da igual --responde él, encogiéndose de hombros--. Aunque, técnicamente, es ilegal --sonríe un poco a pesar del dolor.
--¿Tienes bien las manos? -digo acercándome a él, y acariciando sus brazos.
--Se pondrán bien.
En el silencio que sigue a su respuesta nos llegan los deliciosos olores de la cena, que ya está en el comedor.
--Vamos a comer --dice Haymitch.Me separo de Peeta, abrumada por ese gesto mío, y todos lo seguimos hasta la mesa y nos colocamos en nuestros puestos.
Como Peeta está sangrando demasiado, Portia se lo lleva para que lo atiendan. Empezamos la sopa de nata y pétalos de rosa sin ellos, y, cuando terminamos, vuelven. Las manos de Peeta están envueltas en vendas y yo no puedo evitar sentirme culpable, porque mañana estaremos en el campo de batalla, él me ha hecho un favor y yo le he respondido con una herida. ¿Es que siempre voy a estar en deuda con él?
Después de la cena vemos la repetición de las entrevistas en el salón. Yo parezco presumida y superficial, dando vueltas y soltando risitas, aunque los demás me aseguran que les parezco encantadora. El que sí está encantador es Peeta, y después resulta irresistible en su actuación de chico enamorado. Y ahí salgo yo, ruborizada y perpleja, bella gracias a las manos de Cinna, deseable gracias a la confesión de Peeta, trágica por las circunstancias y, lo mires por donde lo mires, imposible de olvidar.
Cuando termina el himno y la pantalla se oscurece, la habitación guarda silencio. Mañana al alba nos levantarán y nos prepararán para el estadio. Los juegos en sí no empiezan hasta las diez, porque muchos de los habitantes del Capitolio se levantan tarde, pero Peeta y yo tenemos que empezar temprano. No se sabe lo lejos que estará el campo de batalla elegido para este año.
Sé que Haymitch y Effie no irán con nosotros. En cuanto salgamos de aquí, ellos se desplazarán a la sede central de los juegos, donde, esperemos, reclutarán patrocinadores sin parar y trabajarán en una estrategia para decidir cómo y cuándo entregarnos los regalos. Cinna y Portia viajarán con nosotros hasta el mismísimo punto desde el que nos lanzarán a la batalla. A pesar de todo, es el momento de despedirse.
Effie nos coge a los dos de la mano, con lágrimas de verdad en los ojos, y nos desea buena suerte. Nos da las gracias por ser los mejores tributos que ha tenido el privilegio de patrocinar; después, como es Effie y parece estar obligada por ley a decir siempre algo horrible, añade:
--¡No me sorprendería nada que el año que viene me promocionasen por fin a un distrito decente!
Después nos besa en la mejilla y se aleja rápidamente, no sé si abrumada por la sentimental despedida o por la posible mejora de su fortuna.
Haymitch cruza los brazos y nos examina.
--¿Un último consejo? --pregunta Peeta.
--Cuando suene el gong, salid echando leches. Ninguno de los dos sois lo bastante buenos para meteros en el baño de sangre de la Cornucopia. Salid corriendo, poned toda la distancia posible de por medio y encontrad una fuente de agua. ¿Entendido?
--¿Y después? --pregunto.
--Seguid vivos --responde Haymitch.
Es el mismo consejo que nos dio en el tren, pero ahora no está borracho y riéndose. Asentimos. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
Cuando me voy hacia mi cuarto, Peeta se queda atrás para hablar con Portia, cosa que me alegra. No sé cuáles serán nuestras incómodas palabras de despedida, pero pueden esperar a mañana. Veo que alguien ha abierto mi cama, aunque no hay ni rastro de la chica pelirroja. Ojalá supiera su nombre; debería habérselo preguntado y puede que ella me lo hubiese escrito o explicado con mímica, aunque es probable que sólo sirviera para que la castigasen.
Me doy una ducha y me quito la pintura dorada, el maquillaje y el aroma de la belleza. Todo lo que queda del trabajo del equipo de diseño son las llamas de las uñas, que decido conservar para recordarle a la audiencia quién soy: Katniss, la chica en llamas. Quizá me dé algo a lo que agarrarme en los días que me esperan.
Me pongo un camisón grueso, como de lana, y me acuesto. En unos cinco segundos me doy cuenta de que no me quedaré dormida, y lo necesito desesperadamente, porque cada momento de fatiga en el estadio es una invitación a la muerte.
No sirve de nada; pasa una hora, luego dos, luego tres, y mis párpados se niegan a cerrarse. No puedo dejar de imaginarme en qué terreno nos soltarán. ¿Desierto? ¿Pantano? ¿Un páramo helado? Sobre todo espero que haya árboles que me puedan ofrecer escondite, alimento y cobijo. Suele haber árboles, porque los paisajes pelados son aburridos y, sin vegetación, los juegos se acaban pronto. Pero ¿cómo será el clima? ¿Qué trampas habrán escondido los Vigilantes para animar los momentos aburridos? Y luego están los otros tributos.
Cuanto más ansiosa estoy por dormirme, menos lo consigo. Al final estoy tan inquieta que tengo que salir de la cama; recorro la habitación notando que el corazón me late demasiado deprisa, que tengo la respiración acelerada. Es como estar en una celda, si no consigo respirar aire fresco pronto voy a empezar a romperlo todo otra vez. Corro por el vestíbulo hacia la puerta que da al tejado, que no sólo no está cerrada, sino que la han dejado entreabierta. Quizás alguien se olvidó de cerrarla, aunque da lo mismo, porque el campo de energía que rodea el tejado impide cualquier intento desesperado de fuga, y yo no quiero escapar, sólo llenarme los pulmones de aire; quiero ver el cielo y la luna antes de que intenten darme caza.
El tejado no está iluminado por la noche, pero en cuanto piso descalza el suelo de baldosas, veo su silueta recortada contra las luces que no dejan de brillar en el Capitolio. En las calles hay bastante barullo, música, gente cantando y cláxones, cosas que no oía a través de los gruesos paneles de cristal de mi cuarto. Podría largarme ahora mismo sin que él se diese cuenta; no me oiría con tanto follón. Sin embargo, el aire nocturno es tan agradable que no soportaría regresar a mi agobiante jaula. ¿Y qué más da? ¿Qué más da si hablamos o no?
Avanzo sin hacer ruido por las baldosas; cuando estoy a un metro de él, le digo:
--Deberías estar durmiendo.
Él se sobresalta, pero no se vuelve, y veo que sacude un poco la cabeza.
--No quería perderme la fiesta. Al fin y al cabo, es por nosotros.

Me acerco a él y me asomo al borde: las amplias calles están llenas de gente bailando. Noto como mi pulso se acelera cuando me cerco a él, al Peeta que me lanzó el pan y me sonreía en los pasillos del colegio, el que nunca me pidió nada a cambio, el único al que de pequeña he amad… Un latigazo me recorre la espalda. Él me quiere matar; y eso borro del mapa todo lo demás ¿O no?
Me esfuerzo por distinguir los detalles de sus figuras diminutas.
--¿Están disfrazados?
--¿Quién sabe? Teniendo en cuenta la locura de ropa que llevan aquí... ¿Tú tampoco podías dormir?
--No podía dejar de pensar --respondo.
--¿Piensas en tu familia?
--No --reconozco, sintiéndome un poco culpable--. No dejo de preguntarme qué pasará mañana, aunque no sirve de nada, claro. --Con la luz que llega de abajo puedo verle la cara, la extraña forma de cogerse las manos vendadas--. Siento mucho lo de las manos, de verdad.
--No importa, Katniss. De todos modos, no tenía ninguna oportunidad en los juegos.
--No debes pensar así.
--¿Por qué no? Es la verdad. Mi única esperanza es no avergonzar a nadie y... --vacila.
--¿Y qué?
--No sé cómo expresarlo bien. Es que... quiero morir siendo yo mismo. ¿Tiene sentido? --pregunta, y yo sacudo la cabeza. ¿Cómo va a morir siendo otra persona?--. No quiero que me cambien ahí fuera, que me conviertan en una especie de monstruo, porque yo no soy así. --Me muerdo el labio, sintiéndome inferior. Mientras yo cavilaba sobre la existencia de árboles, Peeta le daba vueltas a cómo mantener su identidad, su esencia.
--¿Quieres decir que no matarás a nadie? --le pregunto.
--No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como todos los demás. No puedo rendirme sin luchar. Pero desearía poder encontrar una forma de... de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos.
--Es que no eres más que eso, ninguno lo somos. Así funcionan los juegos.
--Vale, pero, dentro de ese esquema, tú sigues siendo tú y yo sigo siendo yo --insiste--. ¿No lo ves?
--Un poco. Aunque..., sin ánimo de ofender, ¿a quién le importa, Peeta?
--A mí. Quiero decir, ¿qué otra cosa me podría preocupar en estos momentos? --me pregunta, enfadado. Me mira a los ojos con sus penetrantes ojos azules, exigiendo una respuesta.
--Preocúpate por lo que dijo Haymitch --respondo, dando un paso atrás--. Por seguir vivo.
--Vale --responde él, esbozando una sonrisa triste y burlona--. Gracias por el consejo, preciosa. --Usa el tono condescendiente de Haymitch, es como si me hubiese dado un bofetón. Ese no es mi chico del pan, con el que Izzy y yo soñábamos antes de que tuviera que convertirme en la cabeza de familia a los once y ver realmente en el mundo en el que vivo, en el país en el que vivo; este no es el mismo príncipe rubio de ojos abismales y tiernos a la vez. Este me quiere matar, me recuerdo por enésima vez.
--Mira, si quieres pasarte las últimas horas de tu vida planeando una muerte noble en el estadio, es cosa tuya. Yo prefiero pasar las mías en el Distrito 12.
--No me sorprendería que lo hicieras. Dale recuerdos a mi madre cuando vuelvas, ¿vale?
--Puedes contar con ello. --Me vuelvo y bajo del tejado.
Me paso el resto de la noche dando cabezadas, imaginándome los comentarios cortantes que le haré a Peeta Mellark por la mañana. Peeta Mellark. Ya veremos lo noble y elevado que se vuelve cuando tenga que decidir entre la vida y la muerte. Seguro que no se parece en nada a mí príncipe; el que creía que era antes. Sólo me dejé encantar por el muchacho rubio de ojos azules que me salvó la vida con once años ¡Sólo tenía once pésimos años, es normal!Lo que no es normal es que durante estos años, haya sentido lo mismo. No soy infantil, y ya no tengo once. Supongo que ni siquiera llegaré a los diecisiete. Ya no debo sentirlo, porque el príncipe desenfunda su espada. 
Seguramente se convertirá en uno de esos tributos bestiales, de los que intentan comerse el corazón de alguien después de matarlo. Hubo un tipo así hace unos cuantos años, Titus, del Distrito 6. Se volvió completamente salvaje y los Vigilantes tuvieron que derribarlo con pistolas eléctricas para recoger los cadáveres de los jugadores que había matado y evitar que se los comiera. En el estadio no hay reglas, pero el canibalismo no es del gusto del público del Capitolio, así que intentaron eliminarlo. Se especuló que la avalancha que acabó finalmente con Titus fue preparada para asegurarse de que el ganador no fuese un lunático.
·
No veo a Peeta por la mañana. Cinna viene a por mí antes del alba, me da una túnica sencilla y me acompaña al tejado. Los últimos preparativos se harán en las catacumbas, debajo del estadio en sí. Un aerodeslizador surge de la nada, igual que el del bosque el día que vi cómo capturaban a la chica pelirroja, y deja caer una escalera de mano. Pongo pies y manos en el primer escalón y, al instante, me quedo paralizada. Una especie de corriente me pega a la escalera hasta que me suben al interior.
Aunque me imaginaba que la escalera me soltaría al llegar, sigo pegada a ella y una mujer vestida con una bata blanca se me acerca con una jeringuilla.
--Es tu dispositivo de seguimiento, Katniss. Cuanto más quieta estés, mejor podré colocártelo --me explica.
¿Quieta? Soy una estatua. Sin embargo, eso no evita que note un dolor agudo cuando la aguja me introduce el dispositivo metálico debajo de la piel del antebrazo. Ahora los Vigilantes podrán localizarme en todo momento. No les gustaría perder a un tributo.
En cuanto el dispositivo está colocado, la escalera me suelta. La mujer desaparece y recogen a Cinna del tejado. Un chico avox se acerca y nos acompaña a una habitación donde han servido el desayuno. A pesar de la tensión que noto en el estómago, como todo lo que puedo, aunque los deliciosos manjares no me impresionan. Estoy tan nerviosa que podría estar comiendo polvo de carbón. Lo único que me distrae es la vista desde las ventanas: sobrevolamos la ciudad y después la zona deshabitada que hay más allá. Esto es lo que ven los pájaros, sólo que ellos son libres y están a salvo. Justo lo contrario que yo.
El viaje dura una media hora. Después se oscurecen las ventanas, lo que nos indica que llegamos al estadio. El aerodeslizador aterriza, y Cinna y yo volvemos a la escalera, aunque esta vez para bajar hasta un tubo subterráneo que da a las catacumbas. Seguimos las instrucciones para llegar a mi destino, una cámara donde realizar los preparativos. En el Capitolio la llaman la sala de lanzamiento. En los distritos la conocemos como el corral, donde guardan a los animales antes de llevarlos al matadero.
Todo está nuevo; yo seré la primera y única ocupante de esta sala de lanzamiento. Los campos de batalla son emplazamientos históricos y los conservan después de los juegos, destinos turísticos populares para los residentes del Capitolio: puedes pasar aquí un mes, volver a ver los juegos, hacer un recorrido por las catacumbas y visitar los lugares donde tuvieron lugar las muertes. Incluso puedes participar en reconstrucciones de los hechos.
Dicen que la comida es excelente.
Lucho por no vomitar el desayuno mientras me ducho y me lavo los dientes. Cinna me peina con mi sencilla trenza de siempre; después llega la ropa, la misma para cada tributo. Cinna no tiene nada que ver con mi traje, ni siquiera sabe qué hay en el paquete, pero me ayuda a vestirme con la ropa interior, los pantalones rojizos, la blusa verde claro, el robusto cinturón marrón y la fina chaqueta negra con capucha que me llega hasta los muslos. “Bonita combinación, aunque demasiado colorida para un look Distrito 12, aquí somos todos sosos y bastos ¿no?” Eso diría en casa, eso diría con Clary, Tris, Madge, e Izzy, aunque ella solo me corregiría diciendo que los colores son claramente espuma de mar y uva, y que se ve desde lejos que no pegan nada con ese cinturón.
--El material de la chaqueta está diseñado para aprovechar el calor corporal, así que te esperan noches frescas --me dice.
Las botas, que me coloco sobre unos calcetines muy ajustados, son mejores de lo que cabría esperar: cuero suave, parecidas a las que tengo en casa. Algo bueno, de casa, parte de mí. Sin embargo, éstas tienen una suela de goma flexible con dibujos, perfectas para correr. Algo del Capitolio. En realidad, mí hogar es el culo del Capitolio.
Cuando creo que ya he terminado, Cinna se saca del bolsillo la insignia del sinsajo dorado. Se me había olvidado por completo.
--¿De dónde lo has sacado? --le pregunto.
--Del traje verde que llevabas puesto en el tren --responde. Recuerdo que me lo quité del vestido de mi madre y me lo prendí a la camisa--. Es el símbolo de tu distrito, ¿no? --Asiento, y él me lo coloca en la camisa. Es el símbolo de Madge, de mí Madge, en el culo del Capitolio--. Casi no logra pasar por la junta de revisión. Algunos pensaban que podía usarse como arma y darte una ventaja injusta, pero, al final, lo aprobaron. Sí eliminaron un anillo de la chica del Distrito 1; si girabas la gema salía una punta envenenada. La chica decía que no tenía ni idea de que el anillo se transformase y no había pruebas que demostrasen lo contrario. De todos modos, ha perdido su símbolo. Bueno, ya está. Muévete, asegúrate de estar cómoda.
Camino, corro en círculo y agito los brazos.
--Sí, está bien. Me queda perfectamente.
--Entonces sólo queda esperar la llamada --me dice Cinna--. A no ser que puedas comer algo más.
Rechazo la comida, aunque acepto un vaso de agua que me bebo a traguitos mientras esperamos en el sofá. No quiero morderme las uñas ni los labios, así que acabo mordisqueándome el interior de la mejilla. Todavía noto las heridas que me hice hace unos días; no tardo en sangrar.
Los nervios se convierten en terror cuando empiezo a pensar en lo que me espera. Podría estar muerta, muerta del todo, en una hora o menos. Me toco de manera obsesiva el bultito duro del antebrazo, donde la mujer me inyectó el dispositivo de seguimiento. A pesar del dolor, lo aprieto tan fuerte que me hago un moratón.
--¿Quieres hablar, Katniss?
Sacudo la cabeza, pero, al cabo de un momento, le doy la mano y Cinna me la aprieta entre las suyas. Nos quedamos así sentados hasta que una agradable voz femenina nos anuncia que ha llegado el momento de prepararnos para el lanzamiento.
Todavía agarrada a las manos de Cinna, me acerco a la placa de metal redonda.
--Recuerda lo que dijo Haymitch: corre, busca agua. Lo demás saldrá solo --dice, y yo asiento--. Y recuerda una cosa: aunque no se me permite apostar, si pudiera, apostaría por ti.
--¿De verdad? --susurro.
--De verdad --afirma Cinna; después se inclina y me da un beso en la frente--. Buena suerte, chica en llamas.
Entonces me rodea un cilindro de cristal que nos obliga a soltarnos, que me obliga a separarme de él. Prim, papá, mamá, Madge, Clary, Tris, Isabelle, Jace, Gale, Cuatro, Simon, y ahora Cinna. Añadido a la lista de personas a las que quiero, porque aunque no provenga del culo del Capitolio, lo quiere como si fuera la corona. Cinna se da unos golpecitos en la barbilla; quiere decir que mantenga la cabeza alta.
Levanto la barbilla y me quedo todo lo quieta que me es posible. El cilindro empieza a elevarse y, durante unos quince segundos, me encuentro a oscuras. Después noto que la placa metálica sale del cilindro y me lleva hasta la brillante luz del sol, que me deslumbra; sólo soy consciente de un viento fuerte que me trae un esperanzador aroma a pino.
En ese momento oigo la voz del legendario presentador Claudius Templesmith por todas partes:

--Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!