lunes, 30 de septiembre de 2013

DIVERGENTE: Vídeo del rodaje

Adoro este vídeo!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Sí tenéis un medio-alto nivel de inglés podréis entenderlo (mucho mejor), y si no, pues, ¿todo el mundo tiene ojos en la cara? XD 
Sí no lo entendéis no pasa nada. Yo misma me he concentrado más en las imágenes, espectaculares. Sobretodo, adoro el salto real de Shailene, cuando Beatrice tiene que saltar por primera vez al Pozo.
 E-S-P-E-C-T-A-C-U-L-A-R




domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo 8: Una divergente en llamas y con runas

Os dejo el Capítulo 8 y me despido hasta el siguiente viernes, día 4 de Octubre, a 8 semanas de el estreno de Los Juegos del Hambre: En Llamas !!!!!!!!!!!!!!!!
Como siempre deseo que os guste y me despido con lágrimas en los ojos!!!!!!!!!!!!!!


Capítulo 8: Dar el primer paso sin resbalar

De camino al ascensor, me coloco el arco en un hombro y el carcaj en el otro. Después aparto a los avox boquiabiertos que protegen los ascensores y le doy al botón número doce con el puño. Las puertas se cierran y salgo disparada hacia arriba. Consigo llegar a mi planta antes de que las lágrimas empiecen a bajarme por las mejillas. Oigo que los demás me llaman desde el salón, pero salgo corriendo por el vestíbulo hasta llegar a mi cuarto, cierro con pestillo y me tiro en la cama. Ahí es cuando empiezo a llorar de verdad. ¡Lo he hecho! ¡Lo he echado todo a perder! Cualquier rastro de oportunidad que tuviera se desvaneció al disparar esa flecha a los Vigilantes. ¿Qué me harán ahora? ¿Detenerme? ¿Ejecutarme? ¿Cortarme la lengua y convertirme en un avox para que pueda servir a los futuros tributos de Panem? ¿En qué estaba pensando? Por supuesto, no estaba pensando, disparé a la manzana por la rabia que me daba que no me hiciesen caso. No intentaba matarlos. ¡De haberlo intentado, ya estarían muertos! Bueno, ¿qué más da? De todos modos, no iba a ganar los juegos, así que ¿qué importa lo que me hagan? Lo que de verdad me asusta es lo que puedan hacerles a mi madre y a Prim, lo que pueda sufrir mi familia por culpa de mi imprudencia. Jace, Isabelle, incluso Alec; que sentirán si Jeanine Matthews (la Vigilante Jefe) se deshace de mí y no puedo cuidar a Max. ¿Les quitarán lo poco que tienen o enviarán a mi madre a la cárcel y a Prim al orfanato? ¿Los matarán? No los matarán, ¿verdad? ¿Por qué no? ¿Qué más les da a ellos? Tendría que haberme quedado para disculparme, o para reírme, como si hubiese sido una broma, quizás eso los habría vuelto más indulgentes. Sin embargo, en vez de eso, voy y salgo de allí corriendo de la forma más irrespetuosa posible.
Haymitch y Effie están llamando a la puerta; les grito que se vayan y, al cabo de un rato, lo hacen. Tardo al menos una hora en llorar todo lo que puedo; después me quedo hecha un ovillo en la cama, acariciando las sábanas de seda, viendo cómo se pone el sol sobre la artificial silueta de caramelo del Capitolio. Al principio creo que vendrán a detenerme de un momento a otro, pero, conforme pasa el tiempo y la cosa parece menos probable, me calmo. Siguen necesitando a los dos tributos del Distrito 12, ¿no? Si los Vigilantes quieren castigarme, pueden hacerlo en público, esperar a que esté en el estadio y así lanzarme animales salvajes hambrientos. Se asegurarán de que no tenga arco y flechas para defenderme. Sin embargo, antes me darán una puntuación tan baja que nadie en su sano juicio querrá patrocinarme. Eso es lo que pasará esta noche. Como los telespectadores no pueden ver el entrenamiento, los Vigilantes anuncian la clasificación de cada jugador, lo que le da a la audiencia un punto de partida para las apuestas que continuarán durante todos los juegos. El número, una cifra entre uno y doce, donde el uno es rematadamente malo y el doce inalcanzablemente bueno, representa lo prometedor que es el tributo. La nota no garantiza quién ganará, no es más que una indicación del potencial que ha demostrado el tributo en el entrenamiento. Debido a las variables del campo de batalla real, los tributos con puntuación más alta suelen caer casi de inmediato y, hace unos años, el chico que ganó los juegos sólo recibió un tres. En cualquier caso, la clasificación puede ayudar o perjudicar a un tributo en la búsqueda de patrocinadores. Yo esperaba que mis habilidades con el arco me dieran un seis o un siete, aunque no tenga mucha fuerza física, pero ahora estoy segura de que tendré la nota más baja de los veinticuatro. Si nadie me patrocina, mis posibilidades de seguir viva se reducirán casi a cero. Decepcionaré a todas las personas a las que quiero: Isabelle con nuestro entrenamiento; Jace haciéndome conocer todas las runas, y algunas técnicas de lucha; Cuatro y lo cuchillos que me enseñaba a lanzar; Gale y mi familia, que me enseñaron a sobrevivir y amar; Clary, Tris y Madge, con su fuerza, la que me hace sonreír a pesar de vivir en este horrible mundo, con estos horribles juegos que probaré de primera mano; Peeta, que me dio esperanza y una segunda oportunidad, que nadie nunca me ha dado, ese día… Los decepcionaré a todos, y sobre todo a mí misma; tengo que salir hacia delante y superar todos los obstáculos que me pongan personalmente. Antes podía pensar en ganar, ¿por qué ahora no? Ya se han desquitado conmigo, con todos nosotros en estos juegos, solo tengo que ir un paso por delante sin tropezar.
Doy el primero. Cuando Effie llama a la puerta para la cena, decido que será mejor ir.
Esta noche televisarán el resultado de las puntuaciones y no puedo esconderme para siempre. Voy al servicio y me lavo la cara, aunque sigue roja y moteada. Todos me esperan a la mesa, incluso Cinna y Portia; ojalá no hubiesen aparecido los estilistas porque, por algún motivo, no me gusta la idea de decepcionarlos. Es como si hubiese tirado a la basura sin pensarlo el gran trabajo que hicieron en la ceremonia inaugural. Evito mirar a los demás a los ojos mientras me tomo a cucharaditas la sopa de pescado; está salada, como mis lágrimas.
Los adultos empiezan a chismorrear sobre el tiempo y yo dejo que Peeta me mire a los ojos. Él arquea las cejas, como si preguntara: «¿Qué ha pasado?». Me limito a sacudir la cabeza rápidamente. Después, cuando llega el segundo plato, oigo decir a Haymitch:
--Vale, basta de cháchara. ¿Lo habéis hecho muy mal hoy?
--Creo que da igual --responde Peeta--. Cuando aparecí, nadie se molestó en mirarme; estaban cantando una canción de borrachos, creo. Así que me dediqué a lanzar algunos objetos pesados hasta que me dijeron que podía irme.
Eso me hace sentir mejor; Peeta no ha atacado a los Vigilantes, pero al menos a él también lo provocaron.
--¿Y tú, preciosa? --me pregunta Haymitch. Por algún motivo, oír que me llama preciosa me molesta lo suficiente para ser capaz de hablar.
--Les lancé una flecha.
--¿Que qué? --exclama Effie, y el horror que se refleja en su voz confirma mis peores temores.
Todos dejan de comer.
--Les lancé una flecha. Bueno, no a ellos, en realidad, sino hacia ellos. Fue como dice Peeta: no me hacían caso mientras disparaba y... perdí la cabeza, ¡así que apunté a la manzana que tenía en la boca su estúpido cerdo asado! --exclamo, desafiante.
--¿Y qué dijeron? --pregunta Cinna, con cautela.
--Nada. Bueno, no lo sé, me fui después de eso.
--¿Sin que te diesen permiso? --pregunta Effie, pasmada.
--Me lo di yo misma --respondo.
Recuerdo que le prometí a Prim hacer todo lo posible por ganar, y me siento como si me hubiesen tirado encima una tonelada de carbón.
--En fin, ya está hecho --concluye Haymitch, untándose con mantequilla un panecillo.
--¿Crees que me detendrán? --pregunto.
--Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte.
--¿Y mi familia? ¿Los castigarán?
--No creo. No tendría mucho sentido. Tendrían que desvelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviese algún efecto en la población, la gente tendría que saber lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.
--Bueno, eso ya nos lo han prometido de todos modos --dice Peeta.
--Cierto --corrobora Haymitch, y me doy cuenta de que ha pasado lo imposible: están intentando animarme. Haymitch coge una chuleta de cerdo con los dedos, lo que hace que Effie frunza el ceño, y la moja en el vino. Después arranca un trozo de carne y empieza a reírse--. ¿Qué cara pusieron?
--De pasmados --respondo, empezando a sonreír--. Aterrados. Eeeh..., ridículos, al menos algunos. --Una imagen me viene a la cabeza--. Un hombre tropezó al retroceder de espaldas y se cayó en una ponchera.
Haymitch se ríe a carcajadas y todos lo imitamos, excepto Effie, aunque está reprimiendo una sonrisa.
--Bueno, les está bien empleado. Su trabajo es prestaros atención, y que seas del Distrito 12 no es excusa para no hacerte caso --afirma. Después mira a su alrededor, como si hubiese dicho algo escandaloso--. Lo siento, pero es lo que pienso --repite, sin dirigirse a nadie en concreto.
--Me darán una mala puntuación --comento.
--La puntuación sólo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia --explica Portia.
--Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar --dice Peeta--. Como mucho. De verdad, ¿hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.
Sonrío y me doy cuenta del hambre que tengo. Corto un trozo de cerdo, lo mojo en el puré de patatas y empiezo a comer. No pasa nada, mi familia está a salvo y, si están a salvo, no hay ningún problema. Después de cenar nos sentamos en el salón para ver cómo anuncian las puntuaciones en televisión. Primero enseñan una foto del tributo, y a continuación ponen su nota debajo. Los tributos profesionales, como es natural, entran en el rango de ocho a diez. La mayor parte de los demás jugadores se gana un cinco. Me sorprende ver que Rue consigue un siete; no sé qué les enseñaría a los jueces, pero es tan diminuta que ha tenido que ser algo impresionante.
El Distrito 12 sale el último, como siempre. Peeta saca un ocho, así que, al menos, un par de Vigilantes lo estaban mirando. Me clavo las uñas en las palmas de las manos cuando aparece mi cara, esperando lo peor. Entonces sale el número once en la pantalla.
¡Once!
Effie Trinket deja escapar un chillido, y todos me dan palmadas en la espalda, gritan y me felicitan, aunque a mí no me parece real. ¡No los he decepcionado, todavía puedo conseguirlo! ¡Incluso es más probable todavía! Siento como algo pesado en el pecho, y luego se desvanece. Lo intentaré por ellos. Hasta por Peeta.
--Tiene que haber un error. ¿Cómo..., cómo ha podido pasar? --le pregunto a Haymitch.
--Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
--Katniss, la chica en llamas --dice Cinna, y me abraza--. Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
--¿Más llamas?
--Más o menos --responde, travieso. Peeta y yo nos felicitamos. Otro momento incómodo. Los dos lo hemos hecho bien, pero ¿qué significa eso para el otro? Escapo a mi cuarto lo antes posible y me entierro debajo de las mantas. La tensión del día, sobre todo el llanto, me ha hecho polvo. Me quedo dormida, como si me hubiesen indultado, aliviada y con el número once todavía grabado en la cabeza.
Al amanecer me quedo un rato tumbada en la cama observando cómo sale el sol; hace un día precioso. Es domingo, día de descanso en casa. Me pregunto si Gale estará ya en el bosque. Normalmente dedicamos todo el domingo a proveernos de existencias para la semana: nos levantamos temprano, cazamos y recolectamos, y después hacemos trueques en el Quemador, donde paso el rato con Clary y Tris mientras comemos alguna horrorosa especialidad de Sae; a veces aparece Simon y río a más no poder con sus bromas. Puede que luego vaya a entrenar con Jace y Cuatro. O tal vez quede con Madge y las demás para descansar un poco. Eso haría, pero no lo hago.
Pienso en Gale sin mí. Los dos cazamos bien, pero somos mejores en pareja, sobre todo si intentamos cazar presas grandes. Sin embargo, también nos da una ventaja con las cosas más pequeñas, porque está bien tener un compañero para compartir la carga, para hacer que incluso la ardua tarea de llenar la despensa de mi familia resultase divertido. Llevaba seis meses peleando sola cuando me encontré por primera vez con Gale en el bosque. Fue un domingo de octubre, y el aire frío olía a cosas moribundas. Me había pasado la mañana compitiendo con las ardillas por las nueces, y la tarde, un poco más cálida, chapoteando por los estanques poco profundos para recoger saetas. La única carne que había cazado era una ardilla que prácticamente se había tropezado conmigo en su búsqueda de bellotas, pero los animales seguirían por allí cuando la nieve enterrase mis otras fuentes de alimentación. Como me había adentrado en el bosque más de lo normal, corría de vuelta a casa arrastrando mis sacos de arpillera cuando me encontré con un conejo muerto; estaba colgado por el cuello de un cable fino, treinta centímetros por encima de mi cabeza. Había otro unos trece metros más allá. Reconocí las trampas de lazo, porque mi padre las usaba: la presa cae en ellas y sale disparada por el aire, lo que la pone fuera del alcance de otros animales hambrientos. Yo llevaba todo el verano intentando usar trampas, aunque sin éxito, así que no pude evitar soltar mis sacos para examinarla. Acababa de tocar el cable del que colgaba uno de los conejos cuando oí una voz.
--Eso es peligroso.
Retrocedí de un salto y apareció Gale; había estado escondido detrás de un árbol, y seguramente me llevaba observando desde el principio. Sólo tenía catorce años, pero ya rozaba el metro ochenta y para mí era todo un adulto. Lo había visto por la Veta y en el colegio, y en otra ocasión más, ya que él había perdido a su padre en la misma explosión que había matado al mío. En enero, yo estaba junto a él cuando le dieron la medalla al valor en el Edificio de Justicia, otro hermano mayor sin padre. Recordaba a sus dos hermanos pequeños, agarrados a su madre, una mujer cuya barriga hinchada dejaba claro que le faltaban pocos días para dar a luz.
--¿Cómo te llamas? --me preguntó, acercándose para sacar el conejo de la trampa. Tenía otros tres colgados del cinturón.
--Katniss --respondí, con una voz apenas audible.
--Bueno, Catnip, robar está castigado con la muerte, ¿no lo habías oído?
--Katniss --repetí, en voz más alta--. Y no estaba robando, sólo quería echarle un vistazo a tu trampa. Las mías nunca cogen nada.
--Entonces, ¿de dónde has sacado la ardilla? --me preguntó, frunciendo el ceño, poco convencido.
--La maté con el arco --respondí, descolgándomelo del hombro. Seguía usando la versión pequeña que me había hecho mi padre, aunque practicaba con el grande siempre que podía. Esperaba poder abatir presas más grandes cuando llegara la primavera.
--¿Puedo verlo? --preguntó Gale, con la mirada fija en el arco.
--Sí, pero recuerda que robar está castigado con la muerte --le dije, pasándoselo.
Fue la primera vez que lo vi sonreír; la sonrisa convertía al chico amenazador en alguien a quien te gustaría conocer, aunque tuvieron que pasar varios meses para que volviese a sonreír de nuevo. Entonces hablamos sobre la caza, le dije que podía conseguirle un arco si me daba algo a cambio; no comida, sino conocimientos. Quería poner mis propias trampas y atrapar a varios conejos gordos en un solo día, y él contestó que podíamos arreglarlo. Con el paso de las estaciones empezamos a compartir a regañadientes lo que sabíamos: nuestras armas, los lugares secretos que estaban llenos de ciruelas o pavos silvestres. Él me enseñó a poner trampas y a pescar; yo le enseñé qué plantas se podían comer y, al final, le di uno de mis preciados arcos. Hasta que un día, sin que ninguno de los dos dijera nada, nos convertimos en un equipo: nos repartíamos el trabajo y el botín, y nos asegurábamos de que ambas familias tuviesen comida.
Gale me dio la seguridad que me faltaba desde la muerte de mi padre. Su compañía sustituyó a las largas horas solitarias en el bosque. Mejoré mucho como cazadora, porque ya no tenía que estar siempre mirando atrás; él me guardaba las espaldas. Sin embargo, se convirtió en mucho más que un compañero de caza, se convirtió en mi confidente, en alguien con quien compartir pensamientos que nunca podría expresar dentro de los confines de la alambrada. A cambio, él me confió los suyos. Había momentos en el bosque, con Gale, en los que era realmente... feliz. Digo que es mi amigo, aunque, en el último año, parece una palabra demasiado suave para explicar lo que Gale significa para mí. Noto una punzada en el pecho; ojalá estuviera conmigo... Aunque, claro, no me gustaría, no quiero que esté en el estadio, donde acabaría muerto en unos días. Pero..., pero lo echo de menos, y odio estar tan sola. ¿Me echará de menos? Seguro que sí. Los echo de menos, a todos. Al único que tengo aquí a mí lado y quiero es Peeta, y quiere matarme o tendrá que hacerlo de todos modos si quiere volver. Eso es lo realmente me mata.
Pienso en el once que apareció anoche debajo de mi nombre. Sé lo que me habría dicho Gale: «Bueno, todavía se puede mejorar». Después sonreiría y yo le devolvería la sonrisa sin dudarlo. No puedo evitar comparar lo que tengo con Gale con lo que finjo tener con Peeta. Nunca cuestiono los motivos de Gale, mientras que con Peeta es todo lo contrario. En realidad, no es justo compararlos, porque Gale y yo nos unimos para sobrevivir, mientras que Peeta y yo sabemos que la supervivencia del otro significaría la muerte. ¿Cómo se puede pasar eso por alto?
Effie llama a la puerta para recordarme que me espera otro «¡día muy, muy, muy importante!». Mañana por la noche nos entrevistará la televisión, así que supongo que todo el equipo estará liado preparándonos para el acontecimiento. Me levanto, me doy una ducha rápida prestando más atención a los botones que toco y bajo al comedor. Peeta, Effie y Haymitch están inclinados sobre la mesa, hablando en voz baja, lo que me parece extraño, pero el hambre vence a la curiosidad y me lleno el plato antes de unirme a ellos. Hoy el estofado está hecho con tiernos trozos de cordero y ciruelas pasas, perfecto sobre un lecho de arroz salvaje. Llevo ya horadada media montaña de comida cuando me doy cuenta de que no habla nadie. Le doy un buen trago al zumo de naranja y me limpio la boca.
--Bueno, ¿qué está pasando? Hoy nos prepararéis para las entrevistas, ¿no?
--Sí --respondió Haymitch.
--No tenéis que esperar a que acabe. Puedo escuchar y comer a la vez.
--Bueno, ha habido un cambio de planes con respecto al enfoque.
--¿Cuál?
No estoy segura de cuál es nuestro enfoque; la última estrategia que recuerdo es intentar parecer mediocres delante de los demás tributos.

--Peeta nos ha pedido que lo entrenemos por separado --responde Haymitch, encogiéndose de hombros.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Capítulo 15: En mi mente de hielo agrietado

Os dejo este Capi extra porque esta semana he escrito mucho!!!! También por el premio que le han otorgado a ESTA HISTORIA. Siíííííí!!!!!!!!!
Sé que el final es un poco raro, pero algunas chicas seguro que lo adivinan porque les ha pasado ;))
QUE OS GUSTE



Capítulo 15


Erik coge a Camille en brazos. Ella le sonríe y le regala un pequeño besito en su preciosa y apetecible mejilla. Yo noto un doloroso pinchazo en la pierna escayolada, supongo que por el peso extra al coger antes a Camille. Mis rodillas se doblan de dolor y mi cara pone una mueca. Erik alarga un brazo para cogerme antes de que toque el suelo. Los músculos que toqué en el autobús no eran fruto de mi imaginación. Me sujeta a mí pasando su brazo bajo los míos cruzando mi pecho, y a Camille con el otro bajo sus piernas. Rápidamente me aprieta contra él y siento su respiración en mi espalda. Una lágrima baja a toda velocidad por mi mejilla. Erik deja a Camille en el suelo y ella se acerca a mí, preocupada. Erik me rodea con sus brazos y me aprieta contra él. Me recuerda al día en el que le conocí, y sonrío, a pesar del dolor.
– ¡Annie! –me grita Erik. Me lleva en brazos al sofá y me deja con cuidado. Se arrodilla a mi lado y se acerca a mí oído- Cariño –susurra. Limpia mi lágrima y una pequeña sonrisa asoma por mis labios. Sujeto su cara entre mis manos, aparto algunos mechones de pelo que se ponen en mi camino y le beso con cariño. Él me besa como antes no ha podido, con cariño y delicadeza, pero también con un poco de pasión. Nuestras lenguas se acarician y enrollan. Nuestra saliva se mezcla continuamente. El dolor desaparece, solo Erik me importa. Se separa y el dolor vuelve a mí.
– Iré a por analgésicos –dice, acariciando mi mano con la punta de sus dedos- ¿Vale? –yo asiento con mucho pesar, él se levanta poco a poco y se va. Vislumbro a Camille hecha una pelota en un rincón del comedor.
- ¿Camille? –le digo yo con voz temblorosa. Ella levanta lentamente su pequeña cabeza y me mira con los ojos rojos y las mejillas empapadas- Camille, ven aquí –le digo extendiendo mis brazos y sonriendo un poco. Ella se levanta y se acerca corriendo con la cabeza gacha. Se para de golpe frente a mí y yo muevo las manos, aún con los brazos en el aire, invitándole a venir conmigo. Ella alza su mirada.
- ¿No estas enfadada conmigo? –y se pone a llorar. Yo alcanzo sus bracitos y estiro hacia mí. Erik llega con un vaso de agua y una pastilla en su mano. Camille hunde su carita en mi pecho y yo acaricio su suave pelo.
– Claro que no. No ha sido culpa tuya, ¿Vale? –ella asiente dentro de mi pecho y yo la abrazo más fuerte. Erik se acerca a toda velocidad mientras tanto.
– Camille –le dice-, tranquila, ven aquí –ella se separa poco a poco de mí y luego se resguarda en los brazos de Erik. Él le susurra algo y ella asiente. La deja en el suelo, besa su cabecita y ella sale corriendo hacia las escaleras. Erik se sienta en el borde del sofá junto a mí y me abraza.
– Gracias –susurra. Me mira a los ojos. Los suyos brillan, y no precisamente por la luz; están húmedos.
– Estoy bien –digo, cerca de su oído. Beso su cuello y los suaves y diminutos pelos de su piel se erizan uno a uno. Él se separa y me mira, mordiéndose el labio inferior.
– No me puedes hacer eso –me dice sonriendo ¿El qué? Yo le miro interrogante-. Tómatela y te lo explico -El dolor vuelve a mí al recordarlo, y agarro con fuerza la pastilla. La trago y luego el vaso de agua. Erik me lo coge y lo deja en una mesita de café de la que no me había percatado.
- ¿Duele mucho? –me dice acercándose más y más.
– A-ahora no tanto –le digo mirando hipnotizada sus labios. Sus manos se posan sobre mis muslos y yo no sé por qué se acerca tan lentamente, no aguanto más. Aprieta un poco sus manos y noto un cosquilleo que recorre mí cuerpo de arriba abajo. Se acerca. Cierro los ojos, pero no noto su beso. Bueno sí, pero en mi mejilla. Los abro y veo a Erik riendo. La rabia me inunda. Aparto sus manos de un manotazo e intento levantarme, pero un dolor cegador me obliga a sentarme. Él me coge.
- ¿Pero qué haces? –me grita.
– ¡Intento irme! –le grito yo.
– Era solo una broma… -me dice él en un tono más… normal.
- ¡Pues no me ha hecho ni puñetera gracia! –le sigo gritando yo.
– Annie tranquila –me coge las manos, pero yo las suelto y pego un bufido- ¿Qué te pasa?
- ¡Pues que yo solo te he besado –le grito con indiferencia- y tú –le pego con el dedo índice en el hombro- me has tomado el pelo!
- Vale, tranquila, lo siento, no debí hacerlo.
– No, no lo sientes –le digo en un tono más bajo, haciendo un puchero ¿Qué me ha pasado? -, ¿Puedes acercarme la muleta?
- ¿Para qué Annie? –pone cara de lástima- No quiero que te vayas. Quédate.
– Aunque me quede, seguiré necesitando la muleta –él me mira interrogante, pero se levanta y me la trae de todos modos. Yo la cojo y él me ofrece su mano. Cuando estoy de pie no suelto su mano e intento sonreírle- ¿El baño? –digo inocentemente. Él suspira de alivio y comienza a caminar apretando mí mano. Detrás de la escalera hay una puerta, un poco escondida. Erik la abre y encuentro un baño pequeño pero suficiente.
– Es la parte menos encantadora de la casa, pero el único en la planta baja –dice el sonriendo. Yo también intento sonreír.
– Gracias –le digo. Giro la cabeza avergonzada. Solo ha sido una broma, pesada, pero una broma ¿Por qué he respondido así? Suelto su mano y entro en la diminuta habitación. Cierro la puerta y me miro en el espejo. Ayer me besó por primera vez, hoy también lo ha hecho, ha comido conmigo en la enfermería, me ayuda, me cuida y yo cojo y me cabreo ¡Por una broma! No sé qué me pasa.

Bajo mis vaqueros y ahí encuentro la respuesta.


viernes, 27 de septiembre de 2013

Premio al mejor Blog de una Historia independiente por 'En mi mente de hielo agrietado' !!!!

Mil GRACIAS a Wayra Monroy por este premio 'Blog de una Historia independiente'. Es el premio que recibo por mi historia, En mi mente de hielo agrietado, y no por el Blog en sí, o sea que es toda una ilusión, por que es como un reconocimiento, como si me dijera "Me encanta, gracias por escribirla." . Además, invierto mi ilusión, imaginación y tiempo en esta historia, que es una pequeña parte de mí, y que a la gente le guste se merece ¡Toda mí alegría!



Christina Aguilera en la banda sonora de Los Juegos del Hambre: En Llamas



Esta es la reacción de Josh y Jennifer al enterarse de que van a conocer a Christina Aguilera:



Y esta es la canción:



A mí personalmente me encanta. Coldplay, Christina Aguilera... Los Juegos del Hambre apuestan por la buena música ;))

Os presento a Legg 1 y Legg 2, de Los Juegos del Hambre: Sisajo partes 1&2

Estas gemelas encarnarán a nuestras Leggs, 1 y 2. Os gustan?



Por fin os presento a Lyme, de Los Juegos del Hambre: Sinsajo parte 1&2

Aquí está Lyme!!!!!!!!!!!!!!!!!! Ya quería conocerla ;)) 
Lily Rabe, más conocida por actuar en la serie de FOX American Horror Story, encarnará a Lyme en Sinsajo parte 1&2.



jueves, 26 de septiembre de 2013

Nuestra queridísima Katniss de bodas en Capitol Couture

Fashion of future






Toda Mujer Necesita Un Vestido Transformador.
Por Monica Corcoran Harel


La Mujer Moderna Tiene Necesidades De Alta
Tecnología. Nos Malabares Papeles, Cambiamos Identidades Y Adaptar El Estilo Correspondiente. Katniss Everdeen, Valiente Homenaje En La Formación, Pionero De La Moda, Y El Tour De Victor Querida-Se Ha Convertido En El Rostro De La Mujer Multi-Tarea.

Ya, Capitol Couture Dijo Que Su Vestido De Novia Es Un Dulce De Cristales De Swarovski Y Esquilada Gasa Diseñada Por Tex Sevario. Y Hoy En Día, Podemos Revelar Que Viene Con Su Propio Final Transformadora. Cuando Gira Katniss, Los Morfos Vestido En Un Sensual Creación Alada Que, En Nuestra Mente, Simboliza Nuevas Alturas De La Gloria De La Niña En El Fuego.

La Moda Debe Ser Fluida. Para El Otoño, Brit-Chipriota Diseñador Hussein Chalayan Mostró Fundas De Seda Minimalistas Que Transformar En Vestidos. En El Salón De París, Modelos Sacó Un Cordón De Apertura En El Cuello Y La Tela En Cascada Crean Toda Una Nueva Silueta Formal. El Efecto Fue El De Un Paracaídas-En-Inversa. Y Como Un Paracaídas, La Mirada Rescató A Una Mujer De Correr A Casa Para Cambiar Su Vestido De Día En Un Vestido De Noche. FYI: Además De Un Kit De Terremoto, Mi Coche Tiene Un Par De Tacones De Plataforma, Un Embrague Elegante Y Aretes Dramáticos Araña.

Para Su Look Vestido De Novia, Katniss También Pone Una Nueva Toma Y Sofisticado En La Trenza Utilitario. Su Estilista Entrelaza Dos Trenzas Gruesas Para Crear Un Doble Halo De Trenzas Que Se Ven Casi Como Encajes Y Rodean La Nuca De Su Cuello. Es Tan Elegante Como Un Moño, Sólo Más Fresco Y Contemporáneo, Al Igual Que La Mujer Moderna.



Capítulo 14: En mi mente de hielo agrietado

Hola a tod@s!!!!!!!!!!!!!!! El nuevo curso es duro, y no me paso mucho, pero es que es casa no tengo internet, solo en casa de mis abuelos, pero hoy me he escapado un rato y os lo quiero regalar. También a viso de que tengo escritos ya 37 Capítulos escritos, y subindo. Os echo de menos!!!!!!!!!!!!! Besos ;))


Capítulo 14

Despego mis manos de su camiseta y él sonríe con suficiencia. Yo me sonrojo y entonces recuerdo que eso le parece adorable. Restriego mis mejillas y deshago mi coleta. Erik se levanta en cuanto el autobús se detiene y coge mis manos para ayudarme a hacer lo mismo. Cuando pasamos por el pasillo Julie me mira extrañada, pero no me giro para explicarlo. Ahora me doy cuenta, otro chico me mira; no es muy alto, pero lo suficiente como para superarme, pelo corto con ondas rubio ceniza, ojos color miel oscuro y cuerpo un poco musculoso, aunque su rostro no ofrece dureza alguna, más bien dulzura y amabilidad. Aparto la mirada y noto la suya fija en mí cogote. Ahora que lo pienso, no es la primera vez que lo veo. Creo que su taquilla comparte pared con la mía, pero nunca hemos cruzado una sola palabra.
Erik sujeta mi muleta y yo bajo los escalones del autobús. Me paro en la acera esperando que él me dirija. Noto una de sus manos sobre mí hombro y que me sonríe. Me entrega la muleta y yo no hago nada por quitar esa sonrisa de tonta de mi cara. Él se pega a mí y empieza a caminar; estamos tan juntos que impedimos que el aire pase entre nosotros. A Erik le tiembla la mano.
- ¿Pasa algo?-le digo con cariño, entrelazando nuestros dedos con mi mano libre.
– No, no –dice sacudiendo la cabeza. Ha empezado a nevar. Me paro en seco y tiro de su mano hacia mí. Está tenso, por lo que no lo acerco demasiado y me resisto a tocar algo más que no sea su mano; incluidos sus labios. Pongo cara de súplica.
– Erik…
- De verdad –me dice, y acto seguido me planta un casto beso en los labios. No me siento satisfecha, pero lo dejo estar.
La puerta de su casa es de cálida madera, con marcos tallados en los bordes. Erik suelta mi mano con suavidad, inclina su mochila y rebusca dentro para luego sacar unas llaves. Escoge una y la introduce en la cerradura de la puerta principal. Me ofrece su mano. Yo la agarro y me acerco a ella pegándola contra mi cadera.
Empuja la puerta; suelo de madera color miel, con unas escaleras al frente recubiertas con una moqueta clara y barandillas hechas de blanca madera. A los lados se abren paso dos habitaciones. La izquierda un salón-comedor igual de acogedor que el resto de la entrada. Las molduras y zócalos blancos enmarcan las paredes de color amarillo oscuro. A la derecha hay una acogedora cocina. Él se introduce en el interior del recibidor y yo le sigo, de cerca.
– Es preciosa –pienso yo en voz alta.
- ¿De verdad te gusta? -¿Qué? Como me puede preguntar eso. Bueno, no creo que se refiera a que a él no le gusta, sino que tenía miedo de que a mí no me agradara, pero eso es imposible. Le sonrío y me pongo frente a él.
- ¿Cómo no me iba a gustar? –le digo acercándome poco apoco a él, bueno más bien a sus labios. Él apoya sus manos en la parte baja de mi espalda y se inclina hacia delante. Cuando sus suaves labios me rozan una niñita se asoma en lo alto de la escalera. Me separo de golpe y Erik se extraña; no se ha percatado de la presencia de la niña. Me mira suplicante y le sonrío, algo que no entiende, hasta que la niñita ríe y se gira. Es pequeña, de pelo ondulado, pero con un flequillo recto liso, y más oscuro que el de Erik, pero sus ojos son del mismo tono. ¿Son hermanos? ¡Son hermanos! Es delgada, con el rostro pequeño y fresco como una gota de agua. Cuando sonríe divertida enseña su incompleta dentadura. No deberá tener más de seis o siete años, por lo que sus dientes de leche empiezan a caer. Lleva puesto lo que supongo será un pijama; pantalones cortos con rayas verticales que alternan los colores rosa pálido y turquesa, y una camiseta de tirantes amarilla, como sus gruesos calcetines. Baja a trompicones la escalera, se detiene frente a mí y, tras unas milésimas de segundo sonriéndome (cosa que yo imito), me abraza y apoya su cabeza en la parte baja de mí vientre, cerrando sus ojitos. Sus pequeños deditos rodean el final de mi jersey y se enrollan en él. Yo me quedo helada al principio, y Erik tiene la intención de separarla, pero yo me adelanto y apoyo mis manos sobre sus hombros. Subo una mano hasta su cuellecito, y bajo la otra hasta un punto intermedio en su espalda. Una oleada de calor me recorre, y también de satisfacción.
– Camille –le replica Erik. Ella se suelta un poco, pero parece que no quiere separarse. Yo no aflojo mi agarre- Annie se hizo daño –dice mirándome apenado, se pone de cuclillas frente a nosotras-, y tus abrazos son muy fuertes –dice haciéndole cosquillas en su tripita. Ella pega grititos por las cosquillas. Yo la saco del alcance de Erik cogiéndola en brazos, y ella se ríe de Erik, rodea mi cuello con sus bracitos y hunde su cara en mi pelo. Las dos nos reímos y yo la aprieto contra mí. Le he cogido cariño en unos segundos, y parece que ella a mí desde que me vio. Erik sonríe muchísimo al vernos. Se acerca y acaricia su pelo. Pone un brazo en mi espalda y besa mi mejilla, tocando las comisuras de mis labios, produciéndome un deseo irrefrenable por besar sus dulces labios.

Diccionario oficial de Los Juegos del Hambre

Yo solita, os demostraré mi súper diez en Inglés, con una súper traducción de las entradas del diccionario Panemtístico ;))

1. Un tributo ganador en Los Juegos del Hambre.
2. La misma encarnación de la esperanza donde no la hay.


1. Controlador, al servicio de Los Juegos del Hambre.
2. Elitista del Capitolio responsable del entretenimiento de sus conciudadanos.


Fotos nuevas y oficiales de Los Juegos del Hambre: En Llamas

¡¡¡¡¡¡¡Las adoro todas!!!!!!!



Haymitch, bastante favorecido para estar siempre borracho



Gloss (alias el gemelo malvado)



Nuestra queridííííííííísima Effie



Gale, guapo es decir poco



Caesar de color lavanda!!!!!! ¿Os gusta más que el azul marino?



La 'mami' de Katniss



Brutus con cara de bruto



Nuestra Mags sonriendo (se escucha un gran ooooohhhh)



Finnick ¡Te quiero, y no quiero que ruedes sinsajo parte 2, tu escena final!



Ufffff... nuestro amado presidente Coronalius Snow



Beetee, dale un alambre.



Cashmere (alias la gemela malvada)



Prim... (empiezo a llorar, con una prímula en la mano, escuchando la pala de Peeta)



Enobario y sus terroríficos dientes ( ¿Parecidos a los de un tiburón, o es mi imaginación? )



Aquí el gran final de la entrada: Peeta Mellark... 



... y Katniss Everdeen. Inseparables, no se puede hablar de uno sin el otro.

Nuevos actores en Los Juegos del Hambre: Sinsajo parte 1&2

Actualizaré poco a poco el Blog!!!! Sé que hay cosas que no he publicado, pero el nuevo curso escolar me mata a mí y a mí tiempo :(( .

Aquí están, demos la bienvenida a...








Capítulo 7: Una divergente en llamas y con runas

Este también os lo dejo hoy ;)) CAPÍTULO 7 DE UNA DIVERGENTE EN LLAMAS Y CON RUNAS. Me encanta la encuesta de si os gusta esta historia: 3 Ha sido mi primer amor !!!! No la dejes nunca y 2 Me gusta ;))
También la de si queréis que transforme los 3 libros de Los Juegos del Hambre: 3 Sí, no me dejes sin final!!
OS AMO A TOD@S VOSOTR@S POR VOTAR!!!!!!!!!!!!!!!!!

Este capítulo en especial parece muy bueno, y creo que he encajado muy bien dos piezas al final, así que, decidme que tal os parece ;)) Lo adoro, y espero que vosotros también ;))


Capítulo 7: Sueños inquietantes y noticias que lo son todavía más


Mi noche se llena de sueños inquietantes. La cara de la chica pelirroja se entremezcla con imágenes sangrientas de los anteriores Juegos del Hambre, con mi madre retraída e inalcanzable, y con Prim escuálida y aterrorizada en un callejón bajo la lluvia. Todo da vueltas y pierdo de vista a mi Prim. Estoy atada a la alambrada del Distrito. Las púas metálicas hacen que mis muñecas sangren y me retuerza de dolor, pero eso no es lo peor; lo peor es ver esto sin poder evitar nada. Jace le grita cosas horribles a Clary, y esta llora tanto… Corre hacia el bosque. Yo le grito que vuelva, es peligroso ¿No sabe que hay nuevos mutos? Isabelle corre tras ella y pasa lo impensable; falla con su látigo. Veo la cabeza de Cuatro rodar por el suelo, su cuerpo se mantiene de pie unos segundos, aún sujetando el cuchillo que iba a lanzar, antes de desplomarse. Alec empieza a reírse porque le parece gracioso, y poco después Gale y Simon se unen a él. ¿¡Qué demonios les pasa!? Tris corre llorando hacia el cuerpo de Cuatro, con la cabeza entre sus manos. Deja la cabeza en su regazo mientras llora sobre su frío pecho, rogándole que vuelva. Se me parte el alma y lloro, pero no tanto como para que impida verlo. Tris coge el cuchillo que sostenía Cuatro y se lo clava en el estómago. Un grito sale de mi garganta, ya tarde. Tras los pinos algo se acerca. Clary aparece entre los brazos de Peeta, con una raja rojiza en el cuello. Cuando la sangre mancha su pelo no se nota, son del mismo tono. --Lo siento, pero es que ella confió en mí-- dice Peeta sonriendo. Caigo sobre mis rodillas, y se manchan de polvo de carbón. Me cuesta respirar, ya no estoy en la pradera. Veo a mi padre entrar, pero sé que no volverá a salir. Me despierto gritándole que corra, justo antes de que la mina estalle en un millón de mortíferas chispas de luz.
El alba empieza a entrar por las ventanas, y el Capitolio tiene un aire brumoso y encantado. Me duele la cabeza y me parece que me he mordido el interior de la mejilla por la noche; lo compruebo con la lengua y noto el sabor a sangre.
Salgo de la cama poco a poco y me meto en la ducha, donde pulso botones al azar en el panel de control y termino dando saltitos para soportar los chorros alternos de agua helada y agua abrasadora que me atacan. Después me cae una avalancha de espuma con olor a limón que al final tengo que rasparme del cuerpo con un cepillo de cerdas duras. En fin, al menos me ha puesto la circulación en marcha. Después de secarme e hidratarme con crema, encuentro un traje que me han dejado delante del armario: pantalones negros ajustados, una túnica de manga larga color burdeos y zapatos de cuero. Me recojo el pelo en una trenza. Es la primera vez, desde la mañana de la cosecha, que me parezco a mí misma: nada de peinados y ropa elegantes, nada de capas en llamas, sólo yo, con el aspecto que tendría si fuera al bosque. Eso me calma, aunque aún me atacan recuerdos de ese sueño que mancillan a mi bosque y a la pradera como si aún fueran las tumbas de mis amigos.
Haymitch no nos había dado una hora exacta para desayunar y nadie me había llamado, pero tengo tanta hambre que me dirijo al comedor esperando encontrar comida. Lo que encuentro no me decepciona: aunque la mesa principal está vacía, en una larga mesa de un lateral hay al menos veinte platos. Un joven, un avox, espera instrucciones junto al banquete. Cuando le pregunto si puedo servirme yo misma, asiente. Me preparo un plato con huevos, salchichas, pasteles cubiertos de confitura de naranja y rodajas de melón morado claro. Mientras me atiborro, observo la salida del sol sobre el Capitolio. Me sirvo un segundo plato de cereales calientes cubiertos de estofado de ternera. Finalmente, lleno uno de los platos con panecillos y me siento en la mesa, donde me dedico a cortarlos en trocitos y mojarlos en el chocolate caliente, como había hecho Peeta en el tren. Empiezo a pensar en mi madre y Prim; ya estarán levantadas. Mi madre preparará el desayuno de gachas y Prim ordeñará su cabra antes de irse al colegio. Hace tan sólo dos mañanas, yo estaba en casa. ¿Dos? Sí, sólo dos. Ahora la casa me parece vacía, incluso desde tan lejos. ¿Qué dijeron anoche sobre mi fogoso debut en los juegos? ¿Les dio esperanzas o se asustaron más al ver la realidad de aquellos veinticuatro tributos juntos, sabiendo que sólo uno podría sobrevivir?
Haymitch y Peeta entran en el comedor y me dan los buenos días, para después pasar a llenarse los platos. Me irrita que Peeta lleve exactamente la misma ropa que yo; tengo que comentarle algo a Cinna, porque este juego de los gemelos nos va a estallar en la cara cuando empiece la competición; seguro que lo saben. Entonces recuerdo que Haymitch me dijo que hiciera todo lo que me ordenasen los estilistas. De haber sido otra persona y no Cinna, habría sentido la tentación de no hacerle caso, pero después del triunfo de anoche no tengo mucho que criticar.
El entrenamiento me pone nerviosa. Hay tres días para que todos los tributos practiquen juntos. La última tarde tendremos la oportunidad de actuar en privado delante de los Vigilantes de los juegos. La idea de encontrarme cara a cara con los demás tributos me revuelve las tripas; empiezo a darle vueltas al panecillo que acabo de coger de la cesta, pero se me ha quitado el apetito. Después de comerse varios platos de estofado, Haymitch suspira, satisfecho, saca una petaca del bolsillo, le da un buen trago y apoya los codos en la mesa.
--Bueno, vayamos al asunto: el entrenamiento. En primer lugar, si queréis, podéis entrenaros por separado. Decididlo ahora.
--¿Por qué íbamos a querer hacerlo por separado? --pregunto.
--Supón que tienes una habilidad secreta que no quieres que conozcan los demás.
--No tengo ninguna --dice Peeta, en respuesta a mi mirada--. Y ya sé cuál es la tuya, ¿no? Me he comido más de una de tus ardillas.
No se me había ocurrido que Peeta probase las ardillas que yo cazaba; siempre me había imaginado que el panadero las freía en secreto para comérselas él. No por glotonería, sino porque las familias de la ciudad suelen comer la carne de la carnicera, que es más cara: ternera, pollo y caballo.
--Puedes entrenarnos juntos --le digo a Haymitch. Peeta asiente.
--De acuerdo, pues dadme alguna idea de lo que sabéis hacer.
--Yo no sé hacer nada --responde Peeta--, a no ser que cuente el saber hacer pan.
--Lo siento, pero no cuenta. Katniss, ya sé que eres buena con el cuchillo.
--La verdad es que no, pero sé cazar. Con arco y flechas.
--¿Y se te da bien? --pregunta Haymitch. Tengo que pensármelo. Llevo cuatro años encargándome de poner comida en la mesa, lo que no es moco de pavo. No soy tan buena como mi padre, pero él tenía más práctica. Apunto mejor que Gale, pero yo tengo más práctica; él es un genio de las trampas.
--No se me da mal --respondo.
--Es excelente --dice Peeta--. Mi padre le compra las ardillas y siempre comenta que la flecha nunca agujerea el cuerpo, siempre le da en un ojo. Igual con los conejos que le vende a la carnicera, y hasta es capaz de cazar ciervos.
Esta evaluación de mis habilidades me pilla completamente desprevenida. En primer lugar, el hecho de que se haya dado cuenta, y, en segundo, que me esté halagando así.
--¿Qué haces? --le pregunto, suspicaz.
--¿Y qué haces tú? Si quieres que Haymitch te ayude, tiene que saber de lo que eres capaz. No te subestimes.
--¿Y tú qué? --pregunto, a la defensiva; por algún motivo, su comentario me sienta mal--. Te he visto en el mercado, puedes levantar sacos de harina de cuarenta y cinco kilos. Díselo. Sí que sabes hacer algo.
--Sí, y seguro que el estadio estará lleno de sacos de harina para que se los lance a la gente. No es como que a uno se le dé bien manejar armas, ya lo sabes.
--Se le da bien la lucha libre --le digo a Haymitch--. Quedó el segundo en la competición del colegio del año pasado, por detrás de su hermano.
--¿Y de qué sirve eso? ¿Cuántas veces has visto matar a alguien así? --pregunta Peeta, disgustado.
--Siempre está el combate cuerpo a cuerpo. Sólo necesitas hacerte con un cuchillo y, al menos, tendrás una oportunidad. Si me atrapan, ¡estoy muerta!
Noto que empiezo a subir el tono.
--¡Pero no lo harán! Estarás viviendo en lo alto de un árbol, alimentándote de ardillas crudas y disparando flechas a la gente. ¿Sabes qué me dijo mi madre cuando vino a despedirse, como si quisiera darme ánimos? Me dijo que quizá el Distrito 12 tuviese por fin un ganador este año. Entonces me di cuenta de que no se refería a mí. ¡Se refería a ti! --estalla Peeta.
--Vamos, se refería a ti --digo, quitándole importancia con un gesto de la mano.
--Dijo: «Esa chica sí que es una superviviente». Esa chica.
Eso me detiene en seco. ¿De verdad le dijo su madre eso sobre mí? ¿Me valoraba más que a su hijo? Veo el dolor en los ojos de Peeta y sé que no me miente.De repente, me encuentro detrás de la panadería, y siento la tripa vacía y el frío de la lluvia bajándome por la espalda; cuando vuelvo a hablar, parece que tengo once años:
--Pero sólo porque alguien me ayudó.
Los ojos de Peeta se clavan en el panecillo que tengo en la mano, y yo sé que también recuerda aquel día. Sin embargo, se encoge de hombros.
--La gente te ayudará en el estadio. Estarán deseando patrocinarte.
--Igual que a ti.
--No lo entiende --dice Peeta, dirigiéndose a Haymitch y poniendo los ojos en blanco--. No entiende el efecto que ejerce en los demás.
Acaricia los nudos de la madera de la mesa y se niega a mirarme. ¿Qué narices quiere decir? ¿Que la gente me ayuda? ¡Cuando me moría de hambre no me ayudó nadie! Nadie salvo él. Las cosas cambiaron una vez tuve algo con lo que comerciar; soy buena negociando..., ¿o no? ¿Qué efecto ejerzo en la gente? ¿Creen que soy débil y necesitada? ¿Está insinuando que consigo buenos tratos porque le doy pena a la gente? Intento analizar si es cierto. Quizás algunos de los comerciantes fuesen algo generosos en los trueques, pero siempre lo había atribuido a su larga relación con mi padre. Además, mis presas son de primera calidad. ¡No le doy pena a nadie! Miro con rabia el panecillo, segura de que lo ha dicho para insultarme. Al cabo de un minuto, Haymitch interviene.
--Bueno, de acuerdo. Bien, bien, bien. Katniss, no podemos garantizar que encuentres arcos y flechas en el estadio, pero, durante tu sesión privada con los Vigilantes, enséñales lo que sabes hacer. Hasta entonces, mantente lejos de los arcos. ¿Se te dan bien las trampas?
--Sé unas cuantas básicas --mascullo.
--Eso puede ser importante para la comida --dice Haymitch--. Y, Peeta, ella tiene razón: no subestimes el valor de la fuerza en el campo de batalla. A menudo la fuerza física le da la ventaja definitiva a un jugador. En el Centro de Entrenamiento tendrán pesas, pero no les muestres a los demás tributos lo que eres capaz de levantar. El plan será igual para los dos: id a los entrenamientos en grupo; pasad algún tiempo aprendiendo algo que no sepáis; tirad lanzas, utilizad mazas o aprended a hacer buenos nudos. Sin embargo, guardaos lo que mejor se os dé para las sesiones privadas. ¿Está claro? --Peeta y yo asentimos--. Una última cosa. En público, quiero que estéis juntos en todo momento. --Los dos empezamos a protestar, y Haymitch golpea la mesa con la palma de la mano--. ¡En todo momento! ¡Fin de la discusión! ¡Acordasteis hacer lo que yo dijera! Estaréis juntos y seréis amables el uno con el otro. Ahora, salid de aquí. Reuníos con Effie en el ascensor a las diez para el entrenamiento.
Me muerdo el labio y vuelvo de mal humor a mi habitación, asegurándome de que Peeta pueda oír que cierro de un portazo. Me siento en la cama, odiando a Haymitch, odiando a Peeta, odiándome a mí misma por mencionar aquel día lejano bajo la lluvia.¡Menuda broma! ¡Peeta y yo fingiendo ser amigos! Ensalzamos las habilidades del otro, insistimos en que no se subestime... Debe de ser una broma, porque en algún momento tendremos que abandonar la farsa y aceptar que somos adversarios a muerte. Estaría dispuesta a hacerlo ahora mismo, si no fuese por la estúpida orden de Haymitch, que nos obliga a permanecer juntos durante el entrenamiento. Supongo que es culpa mía por decirle que no tenía por qué entrenarnos por separado. Sin embargo, eso no quiere decir que quiera hacerlo todo con Peeta, quien, por cierto, está claro que tampoco quiere tenerme de compañera.
Oigo en mi cabeza la voz de Peeta: «No entiende el efecto que ejerce en los demás». Lo decía para menospreciarme, ¿no? Aunque una diminuta parte de mí se pregunta si no sería un piropo, si no querría decir que tengo algún tipo de atractivo. Es raro que me haya prestado tanta atención, como, por ejemplo, con lo de la caza. Y, al parecer, yo tampoco era tan ajena a él como creía: la harina, la lucha libre... Le he seguido la pista al chico del pan.
Son casi las diez. Me cepillo los dientes y me peino de nuevo. Los nervios por encontrarme con los demás tributos bloquean temporalmente el enfado, aunque ahora noto que aumenta mi ansiedad. Cuando me reúno con Effie y Peeta en el ascensor, noto que me estoy mordiendo las uñas y paro de inmediato.
Las salas de entrenamiento están bajo el nivel del suelo de nuestro edificio. El trayecto en ascensor es de menos de un minuto, y después las puertas se abren para dejarnos ver un gimnasio lleno de armas y pistas de obstáculos. Todavía no son las diez, pero somos los últimos en llegar. Los otros tributos están reunidos en un círculo muy tenso, con un trozo de tela prendido a la camisa en el que se puede leer el número de su distrito. Mientras alguien me pone el número doce en la espalda, hago una evaluación rápida: Peeta y yo somos la única pareja que va vestida de la misma forma. En cuanto nos unimos al círculo, la entrenadora jefe, una mujer alta y atlética llamada Atala, da un paso adelante y nos empieza a explicar el horario de entrenamiento.
--Pero antes tengo que anunciar una importante noticia de última hora --dice con voz grave ¿Ha decidido que no nos darán de comer antes de los juegos para que sea más interesante? ¿Iremos todos desnudos? El 1 con diamantes pegados por todo el cuerpo, el 4 con algas a modo de ropa interior, nosotros con el polvo de carbón… Antes de que pueda pensar más incoherencias sigue hablando-- El tributo masculino del Distrito 4 ha fallecido. --Monstruos. El tributo del Distrito 4 era un niño de doce años que no podía respirar bien mientras iba hacia el escenario, ¿cómo esperaban que aguantara esta presión?-- Anoche tuvo un ataque de asma, y no pudo ser atendido a tiempo. Como sustituto hemos elegido al tributo que más características compartía con él. --Oh, Dios. Otro niño de doce-- Max Lightwood --Las puertas de la sala de entrenamiento se abren dejando ver una pequeña silueta que conozco bien-- del Distrito 12.
Peeta me sujeta por el brazo, pero todavía no me he desplomado. Entrelazo mi mano con la suya para estabilizarme y cuando lo consigo la suelto con rudeza. Ahora él no me importa, solo el pequeño Max. ¿Cómo ha acabado aquí? El 12 ya ha dado dos tributos ¿Por qué este año tres? Max me mira mientras da pequeños pasitos hacia el círculo. No aguanto más. Salgo corriendo hacia él y me acuclillo enfrente suyo.
--Todo saldrá bien --le digo mientras sostengo su cabeza entre mis manos. Asiente y me abraza. Dios, que fuerza de voluntad para no llorar ¿Y ahora qué? ¿Quién vive y quién muere? Me levanto como puedo y ahora me doy cuenta de que Peeta está a mí lado.
--Vamos --susurra tranquilo mientras pone una mano en mí hombro. Eso también me rompe e corazón. ¿No puede parar de jugar a este juego ni ahora? Claro que no, porque ya estamos jugando. Pongo mi cuerpo entre Max y los demás tributos mientras volvemos caminando lentamente al círculo. Todos nos miran sin pudor alguna, y yo frunzo el ceño y sigo protegiendo a Max con mi cuerpo de ellos. Peeta también lo hace, y la verdad intimida más. En el fondo se lo agradezco, esto no le hace falta para jugar y ganar, ¿No?
Atala sigue hablando en cuanto paramos y ocupamos nuestro sitio. En cada puesto habrá un experto en la habilidad en cuestión, y nosotros podremos ir de una zona a otra como queramos, según las instrucciones de nuestros mentores. Algunos puestos enseñan tácticas de supervivencia y otros técnicas de lucha. Está prohibido realizar ejercicios de combate con otro tributo. Tenemos ayudantes a mano si queremos practicar con un compañero. Cuando Atala empieza a leer la lista de habilidades, no puedo evitar fijarme en los demás chicos. Es la primera vez que estamos reunidos en tierra firme y con ropa normal. Se me cae el alma a los pies: casi todos los chicos, y al menos la mitad de las chicas, son más grandes que yo, aunque muchos han pasado hambre. Se les nota en los huesos, en la piel, en la mirada vacía. Puede que yo sea más bajita de nacimiento, pero, en general, el ingenio de mi familia me da una ventaja en el estadio. Me pongo derecha y sé que, aunque esté delgada, soy fuerte y podré hacerlo; la carne y las plantas del bosque, junto con el ejercicio necesario para conseguirlas, me han proporcionado un cuerpo más sano que los que veo a mí alrededor. ¿Pero qué hago? Max está aún temblando detrás de mí, y yo lo olvido. Veo por el rabillo del ojo como Peeta coge su diminuta mano y para de temblar; yo también lo haría si pudiera permitirme temblar y confiar en él.
Las excepciones son los chicos de los distritos más ricos, los voluntarios, a los que alimentan y entrenan toda la vida para este momento. Los tributos del 1, 2 y 4 suelen tener ese aspecto. En teoría, va contra las reglas entrenar a los tributos antes de llegar al Capitolio, cosa que sucede todos los años. En el Distrito 12 los llamamos tributos profesionales o sólo profesionales, y casi siempre son los que ganan.
La ligera ventaja que tenía al entrar en el Centro de Entrenamiento, mi fogoso debut de anoche, parece desvanecerse ante mis competidores. Los otros tributos nos tenían celos, pero no porque fuésemos asombrosos, sino porque lo eran nuestros estilistas. Ahora no veo nada más que desprecio en las caras de los tributos profesionales. Cualquiera de ellos pesa de veinte a cuarenta kilos más que yo, y proyectan arrogancia y brutalidad. Cuando Atala nos deja marchar, van directos a las armas de aspecto más mortífero del gimnasio y las manejan con soltura.
Estoy pensando que es una suerte que se me dé bien correr, cuando Peeta me da un codazo y yo pego un bote. Sigue a mi lado, como nos ha dicho Haymitch.
--¿Por dónde te gustaría empezar? --me pregunta, serio.
Echo un vistazo a los tributos profesionales, que presumen de su habilidad en un claro intento de intimidar a los demás. Después a los otros, los desnutridos y los incompetentes, que reciben sus primeras clases de cuchillo o hacha sin dejar de temblar.
--¿Y si atamos unos cuantos nudos?
--Buena idea --contesta Peeta.
Nos acercamos arrastrando a Max a un puesto vacío. El entrenador parece encantado de tener alumnos; da la impresión de que la clase de hacer nudos no está teniendo mucho éxito. Cuando ve que sé algo sobre trampas, nos enseña una sencilla y magnífica que dejaría a un competidor humano colgado de un árbol por la pierna. Nos concentramos en ella durante una hora hasta que los dos dominamos la técnica; Max parece haberlo pillado antes, aunque no tiene mucha fuerza para asegurar el nudo. Pasamos al puesto de camuflaje. Peeta parece disfrutar de verdad con él y se dedica a mezclar lodo, arcilla y jugos de bayas sobre su pálida piel, y a trenzar disfraces con vides y hojas. El entrenador que dirige el puesto está entusiasmado con su trabajo.
--Yo hago los pasteles --me confiesa Peeta.
--¿Los pasteles? --pregunto, porque estaba ocupada observando al chico del Distrito 2, que acababa de atravesar el corazón de un muñeco con una lanza a trece metros de distancia--. ¿Qué pasteles?
--En casa. Los glaseados, para la panadería.
Se refiere a los que tienen en exposición en los escaparates de la tienda: pasteles elegantes con flores y cosas bonitas pintadas en el glaseado. Son para cumpleaños y Año Nuevo. Cuando estamos en la plaza, Prim siempre me arrastra hasta allí para admirarlos, aunque nunca hemos podido permitirnos uno. Sin embargo, en el Distrito 12 hay poca belleza, así que no puedo negarle ese gusto.
Empiezo a mirar con un ojo más crítico el diseño del brazo de Peeta: el dibujo, que alterna luz y sombras, recuerda a la luz del sol atravesando las hojas de los bosques. Me pregunto cómo lo sabe, porque dudo que haya cruzado alguna vez la alambrada. ¿Lo habrá sacado con tan sólo mirar el viejo y esquelético manzano que tiene en su patio? No sé por qué, pero todo esto (su habilidad, los pasteles inaccesibles, las alabanzas del experto en camuflaje) me molesta.
--Es encantador, aunque no sé si podrás glasear a alguien hasta la muerte.
--No te lo creas tanto. Nunca se sabe qué te puedes encontrar en el campo de batalla. ¿Y si es una tarta gigante...? --empieza a decir Peeta, provocando que Max sonría.
--¿Y si seguimos? --lo interrumpo.
Los tres días siguientes nos dedicamos a visitar con mucha tranquilidad los puestos. Debo esforzarme por ser fría con Peeta, pero sobretodo con Max. Le enseño todo lo que puedo, aunque es bastante listo y eso me facilita la tarea. También he descubierto que es muy rápido y escurridizo, lo que nos irá bien. No sé si cuidar de él en la arena, pero se lo debo a los Lightwood, y además, es que simplemente le quiero como a un hermano. Intento tratarlo sólo como si fuera su tutora, aunque a veces se me escape algo de cariño. Peeta es buenísimo con él; me da asco. ¿Cómo puede engañar a sí a un niño? Acepto que lo haga conmigo, una chica madura que debe notarlo ella misma, pero ¿un niño de doce años? A veces hasta yo creo que lo hace porque es así, por buena voluntad; luego veo dónde estamos y las tornas cambian. Aprendemos algunas cosas útiles, desde hacer fuego hasta tirar cuchillos, pasando por fabricar refugios. A pesar de la orden de Haymitch de parecer mediocres, Peeta sobresale en el combate cuerpo a cuerpo y yo arraso sin despeinarme en la prueba de plantas comestibles. Eso sí, nos mantenemos bien lejos de los arcos y las pesas, porque queremos reservarlo para las sesiones privadas.
Los Vigilantes aparecen nada más comenzar el primer día. Son unos veinte hombres y mujeres vestidos con túnicas de color morado intenso. Se sientan en las gradas que rodean el gimnasio, a veces dan vueltas para observarnos y tomar notas, y otras veces comen del interminable banquete que han preparado para ellos, sin hacernos caso. Sin embargo, parecen no quitarnos los ojos de encima a los tributos del Distrito 12. A veces levanto la cabeza y veo a uno de ellos mirándome. También hablan con los entrenadores durante nuestras comidas y los vemos a todos reunidos cuando volvemos.
Tomamos el desayuno y la cena en nuestra planta, pero a mediodía comemos los veinticuatro en el comedor del gimnasio. Colocan la comida en carros alrededor de la sala y cada uno se sirve lo que quiere. Los tributos profesionales tienden a reunirse en torno a una mesa, haciendo mucho ruido, como si desearan demostrar su superioridad, que no tienen miedo de nadie y que a los demás nos consideran insignificantes. Casi todos los demás tributos se sientan solos, como ovejas perdidas. Nadie nos dice nada; yo como con Max, y Peeta se une a nosotros, y, como Haymitch no deja de insistir en ello, intentamos mantener una conversación amistosa durante las comidas.No es fácil encontrar un tema: hablar de casa resulta doloroso; hablar del presente es insoportable. Un día Peeta vacía nuestra cesta del pan y comenta que han procurado incluir panes de todos los distritos, además del refinado pan del Capitolio. La barra con forma de pez y teñida de verde con algas es del Distrito 4; el rollo con forma de media luna y semillas, del Distrito 11. Por algún motivo, aunque estén hechos de lo mismo, me parecen mucho más apetitosos que las feas galletas fritas que solemos tomar en casa.
--Y eso es todo --dice Peeta, volviendo a meter el pan en la cesta.
--Tú sí que sabes --le dice Max mirándolo como si fuera su ídolo.
--Sólo de pan. --le responde sonriente. Fija una mirada seria en mí, puede permitírselo porque está de espaldas a los demás tributos; sino le habría pintado yo una con un puñetazo--Vale, ríete como si hubiese dicho algo gracioso. --Los dos dejamos escapar una carcajada más o menos convincente y no hacemos caso de las miradas que nos dirigen los demás--. De acuerdo, seguiré sonriendo amablemente mientras hablas tú --dice Peeta.
La orden de Haymitch de que parezcamos amigos nos está desgastando a los dos, porque, desde que di el portazo, se ha levantado una barrera entre nosotros. En fin, tenemos que obedecer.
--¿Te he contado ya que una vez me persiguió un oso?
--No, pero suena fascinante.
Intento poner cara de interés mientras recuerdo el suceso, una historia real, en la que reté como una idiota a un oso negro por el derecho a quedarme con una colmena. Max y Peeta se ríen. Él me hace preguntas en el momento preciso; esto se le da mucho mejor que a mí.
El segundo día, mientras estamos intentando el tiro de lanza, me susurra:
--Creo que tenemos una sombra.
Lanzo y veo que no se me da demasiado mal, siempre que no esté muy lejos; entonces localizo a la niña del Distrito 11 detrás de nosotros, observándonos. Es la de doce años, la que me recordaba tanto a Prim y a Max por su estatura. De cerca aparenta sólo diez; sus ojos son oscuros y brillantes, su piel es de un marrón sedoso y está ligeramente de puntillas, con los brazos extendidos junto a los costados, como si estuviese lista para salir volando ante cualquier sonido. Es imposible mirarla y no pensar en un pájaro. Cojo otra lanza mientras Peeta tira.
--Creo que se llama Rue --me dice en voz baja.
Me muerdo el labio. Rue, la armaga, una pequeña flor amarilla que crece en la Pradera. Rue..., Prim... Ninguna pasa de los treinta kilos, ni empapadas de agua.
--¿Qué podemos hacer? --le pregunto, en un tono más duro de lo que pretendo.
--Nada, sólo hablar.
Ahora que sé que está aquí, me resulta difícil no hacer caso de la niña. Max insiste en saludarla, pero no le dejo. No puede hacerse amigo de alguien que en unos días deseará que esté muerta; y yo tampoco. Se acerca con sigilo y se une a nosotros en distintos puestos; como a mí, se le dan bien las plantas, trepa con habilidad y tiene buena puntería. Acierta siempre con la honda, aunque ¿de qué sirve una honda contra un chico de cien kilos con una espada?
De vuelta en la planta del Distrito 12, Haymitch y Effie nos acribillan a preguntas durante el desayuno y la cena sobre todo lo ocurrido a lo largo del día: qué hemos hecho, quién nos ha observado, cómo son los demás tributos. Cinna y Portia no están por aquí, así que no hay nadie que aporte algo de cordura a las comidas; tampoco es que Haymitch y Effie sigan peleándose, sino todo lo contrario: parecen haber hecho pina y estar decididos a prepararnos como sea. Están llenos de interminables instrucciones sobre qué deberíamos hacer y qué no durante los entrenamientos. Peeta tiene más paciencia; yo estoy harta y me vuelvo maleducada. Cuando por fin escapo a la cama la segunda noche, Peeta masculla:
--Alguien debería darle una copa a Haymitch.
Dejo escapar un ruido que está a medio camino entre un bufido y una carcajada, pero después me contengo. Intentar saber cuándo somos supuestamente amigos y cuándo no me está volviendo loca. Al menos en el estadio estará claro lo que hay.
--No, no finjamos si no hay nadie delante.
--Vale, Katniss --responde él, con cansancio.
Después de eso sólo hablamos delante de los demás. El tercer día de entrenamiento empiezan a llamarnos a la hora de la comida para nuestras sesiones privadas con los Vigilantes. Distrito a distrito, primero el chico y luego la chica. Como siempre, el Distrito 12 se queda para el final, así que esperamos en el comedor, sin saber bien qué hacer. Nadie regresa después de la sesión. Max se va; hemos quedado en que intentará demostrar lo rápido, ligero y sigiloso que es escalando por las distintas estructuras. Ya arriba se moverá por ellas saltando de una a otra. Espero que la vaya bien.
Conforme se vacía la sala, la presión por parecer amigos se aligera y, cuando por fin llaman a Rue, nos quedamos solos. Permanecemos sentados, en silencio, hasta que llaman a Peeta y él se levanta.
--Recuerda lo que dijo Haymitch sobre tirar las pesas --dice mi boca sin pedirme permiso.
--Gracias, lo haré. Y tú... dispara bien.
Asiento con la cabeza; no sé por qué he dicho nada, aunque, si pierdo, me gustaría que Peeta ganase. Sería mejor para nuestro distrito, mejor para Prim y mi madre. No, no, no, si no gano yo debe ganar Max; aunque Abnegación no reciba ni una miga.
Después de quince minutos, me llaman. Me aliso el pelo, enderezo los hombros y entro en el gimnasio. Al instante, sé que tengo problemas, porque los Vigilantes llevan demasiado tiempo aquí dentro y ya han visto otras veintitrés demostraciones. Además, casi todos han bebido demasiado vino y quieren irse a casa de una vez. No puedo hacer más que seguir con el plan: me dirijo al puesto de tiro con arco. ¡Ah, las armas! ¡Llevo días deseando ponerles las manos encima! Arcos hechos de madera, plástico, metal y materiales que ni siquiera sé nombrar. Flechas con plumas cortadas en líneas perfectamente uniformes. Escojo un arco, lo tenso y me echo al hombro el carcaj de flechas a juego. Hay un campo de tiro que me parece demasiado limitado, dianas estándar y siluetas humanas. Me dirijo al centro del gimnasio y escojo el primer objetivo: el muñeco de las prácticas de cuchillo. Sin embargo, cuando empiezo a tirar de la flecha, sé que algo va mal: la cuerda está más tensa que la de los arcos de casa y la flecha es más rígida. Me quedo a cinco centímetros de darle al muñeco y pierdo la poca atención que me había ganado. Durante un instante me siento humillada, pero después vuelvo a la diana, y disparo una y otra vez hasta que me acostumbro a las armas nuevas. De vuelta al centro del gimnasio, me pongo en la posición inicial y le doy al muñeco justo en el corazón. Después corto la cuerda que sostiene el saco de arena para boxear. Sin detenerme, ruedo por el suelo, me levanto apoyada en una rodilla y disparo una flecha a una de las luces colgantes del alto techo del gimnasio, provocando una lluvia de chispas.
Ha sido una exhibición excelente. Me vuelvo hacia los Vigilantes y veo que algunos me dan su aprobación, pero que la mayoría sigue concentrada en un cerdo asado que acaba de llegar a la mesa. De repente, me pongo furiosa, me quema la sangre el que, con mi vida en juego, ni siquiera tengan la decencia de prestarme atención, que me eclipse un cerdo muerto. Empieza a latirme el corazón muy deprisa, me arde la cara y, sin pensar, saco una flecha del carcaj y la envió directamente a la mesa de los Vigilantes. Oigo gritos de alarma y veo que la gente retrocede, pasmada; la flecha da en la manzana que tiene el cerdo en la boca y la clava en la pared que hay detrás. Todos me miran, incrédulos.

--Gracias por su tiempo --digo; después hago una breve reverencia y me dirijo a la salida sin esperar a que me den permiso.